miércoles, 8 de diciembre de 2010

Monografias sobre corporeidad


Corporeidad y Trastornos Somatoformos
Ma.Isabel Caballero
Marisol De Arriba

Aunque bien conocido el tema de la Corporeidad, es objeto de debate, análisis y publicidad constante en las sociedad contemporáneas occidentales de nuestro tiempo, que pregonan ideas y concepciones diferentes de épocas anteriores, fruto de un quiebre en la representación acerca del mundo y de nuestra experiencia; en el presente trabajo de intentará ahondar en la vasta multiplicidad de construcciones y nociones que están presentes cuando hablamos de lo “corporal”, de “nuestro cuerpo”, y cuando éste es el principal perjudicado producto de una enfermedad (real o imaginaria) como en el caso de los trastornos somatoformes que abordaremos.
Asimismo nos proponemos recorrer el sentido que el cuerpo ha tenido durante el transcurso de la historia coincidiendo con autores como David Le Breton en que el cuerpo no es una realidad en sí misma, sino efecto de una construcción de representaciones simbólicas, tanto sociales como culturales, que el ser humano hace acerca de sí mismo y del mundo que lo rodea, y por lo tanto sujeto a las cambiantes circunstancias de la vida y de la historia de la humanidad.
Por otro lado dedicamos un apartado especial referido a un grupo de trastornos generales que causan molestias y sufrimiento a gran parte de la población mundial, para los cuales no hay una explicación médica que los justifique, se trata de los llamados según la medicina psiquiátrica “Trastornos Somatoformes”, dentro de los cuales se hallan las comúnmente llamadas enfermedades psicosomáticas. Para los cuales proponemos la consideración de otra mirada profesional haciendo énfasis en los diversos aspectos y dimensiones que envuelven la “experiencia de padecimiento”. De igual modo pretendemos acercarnos a una comprensión de ellos basada en una perspectiva actual y constructivista que nos permita a todos los profesionales de la salud , entendiéndonos a si mismos como productores de significados desde donde miramos la realidad del otro y somos mirados, analizar el lugar el lugar y las concepciones que le damos al cuerpo, re- pensar la existencia humana teniendo en cuenta la experiencia personal y significativa, de-codificando y re-construyendo las representaciones simbólicas acerca de si mismo, de la enfermedad, así como también, tratando de superar las dicotomías que fragmentan al ser humano en pos de favorecer su compleja pero rica unidad.
CAPÍTULO I: “Acerca de la Corporeidad”.
Como punto de partida para la reflexión es interesante comenzar por clarificar algunas nociones y eliminar otras tantas visiones que pueden inducir a error cuando nos dedicamos al tratado de lo corporal, más específicamente para poder llegar a determinar a que nos referimos cuando hablamos del cuerpo y la corporeidad.
Producto de trasformaciones constantes, la noción de cuerpo ha estado sujeta siempre al modo particular en que cada cultura ha construido su idea, como una forma simbólica esencial de también entender la realidad.
Vale aclarar, como situamos en la introducción, que con el transcurrir de los siglos, se ha vinculado con las representaciones simbólicas que el hombre hace de si mismo, de los demás y del universo que lo rodea, que han ido cambiando con el acontecer de los diversos sucesos sociales, económicos y políticos, así como también con los distintos momentos históricos de la humanidad. De modo que las representaciones y los saberes acerca del cuerpo no pueden desligarse del contexto y del estado social determinado en el que se construyen, de la visión del mundo, y dentro de ésta última, de una definición de la persona. El cuerpo dice Le Breton, “es una construcción simbólica, no una realidad en si misma”. Por eso, “pensar el cuerpo es pensar el mundo”; es un factor importante para pensar las sociedades contemporáneas.
Mas aún en los últimos años el papel del cuerpo se ha transformado y con él, el prototipo de hombre que acompañó durante siglos a las sociedades modernas, y el sentido de la existencia que de ello resulta. En este mundo donde las técnicas de la ciencia abundan, el sentido que le damos a la existencia desaparece.
Para ubicarnos, y a diferencia de la concepción del cuerpo medieval del cual no se distingue del hombre, ya en los tiempos modernos (siglos XVII-XVIII) y mas aún en los actuales, el cuerpo es entendido como un factor de individuación que resulta en un dualismo contemporáneo: “cuerpo- hombre” (a diferencia del dualismo moderno: “cuerpo-alma”), en el que el hombre se diferencia de su propio cuerpo, el que adquiere mayor peso y al cual se considera en tanto categoría de aislado, accesorio y disociado del hombre, que se asocia mas a la concepción del “poseer” que al “ser”, configurando una mirada alejada de si mismo, como simple poseedor de un cuerpo.
Así, la dimensión corporal del hombre actual denota toda una carga de desvalorizaciones y desprecio que cada vez molesta más a su poseedor.
Sin embargo, este error de separar y subordinar lo que en realidad es una sola cosa, el desdoblar lo humano, excluye la verdadera magnitud de lo corporal y la diversidad de dimensiones que encarna.
Hablar de corporeidad no es referirse únicamente al cuerpo. Si bien éste es le lugar donde se expresa y son posibles toda conducta humana; ésta tiene múltiples disfraces y se manifiesta simultáneamente en todas las dimensiones del ser humano como ser: física, emocional, mental, trascendente, cultural, mágica, inconsciente, entre otras tantas.
De este modo, más allá de que el hombre está inmerso en el mundo a través del cuerpo, siendo éste el punto de partida con relación al cual se ordenan las cosas, es preferible hablar de “Corporeidad”, antes que de cuerpo. Pues la corporeidad representa el “todo humano” que explica la complejidad humana; lo que implica una forma de ser en el mundo a través del cuerpo que se abre al mundo.
Ser persona es realizar a través del cuerpo y en unión con el mundo, un destino, un proyecto fundamental de vida. “Porque soy mi cuerpo ( a diferencia de “poseo un cuerpo”) aparezco ante los demás, soy presencia para otros”, en donde tiene lugar mi libertad y mi amor.
Es así como lo “corporal” se refiere a la percepción subjetiva del cuerpo integrado como totalidad que manifiesta el “ser mismo” en muchos modos de sentir, conocerse y desconocerse, de moverse, de estar y hasta de expresarse. En fin, “vivirse corporalmente”, como espacio donde convergen e interactúan una diversidad de factores y estereotipos, modismos, inhibiciones y autocensuras, que van condicionando y moldeando desde afuera y desde adentro. Por eso volvemos a resaltar si carácter de construcción social y cultural.
Como este “vivirse corporalmente” no tiene una sola dimensión, asimismo esta relacionado con una multiplicidad de sensaciones que se integran en una representación simbólica de nuestro Esquema Corporal, que según Schilder es el cuadro de nuestro cuerpo que nos formamos en la mente, el modo en el que el cuerpo se nos aparece a nosotros mismos. Esquema del cuerpo que constituye una gestalt unificada acerca de nosotros mismos, que nace del aporte de los sentidos y que es construido en base a experiencias pasadas y actuales de diversa naturaleza como: táctiles, visuales, kinestésicas, vestibulares, entre otras.
Otro concepto mutuamente relacionado con el anterior y con al corporeidad es el de Imagen Corporal, otra cara de la misma moneda. Término que alude al registro de lo imaginario, de base afectiva y dependiente de la evolución libidinal y agresiva, de sus vicisitudes, experiencias y fijaciones. Imagen que no es nunca una estructura completa y estática, que no puede entenderse fuera de la historia personal ni del contexto; una construcción activa permanentemente destruida y reconstruida que va elaborando el sentimiento del yo en estrecha vinculación con el sentimiento de Identidad. Sujeto a las cambiantes situaciones de la vida de diferente naturaleza, vana surgiendo nuevas estructuraciones que al constituyen.
Otro elemento fundamental a tener en cuenta es el cuerpo social, que por su parte, hace referencia al cuerpo como vehículo de “ser- en el mundo”, centro de cambios relacionales afectivos entre personas. Espacio (al que se hizo referencia anteriormente) donde el propio cuerpo se muestra, encubre, expresa, oculta, en constante intercambio con los demás, y que a lo largo de la vida constituyen las conductas de expresión somática.
El cuerpo no es un ente en el mundo, sino una estructura de la conciencia misma que constituye la factididad y su punto de vista a partir del cual se organiza y aparece el mundo (la facticidad de la conciencia es el cuerpo); así la corporeidad subraya la condición del hombre, lugar de su Identidad como particular construcción corporal humana, social y cultural.
Para poder acercarnos a la realidad del otro, entender la enfermedad y cuidar la salud, es preciso “escuchar” e interpretar la corporeidad. Acercarnos al encuentro con lo corporal y alo que el lenguaje del cuerpo tiene para decirnos y expresar. Así, quien pretenda interpretar este lenguaje, deberá aprender dos idiomas: por un lado es de las palabras que nacen de las sensaciones, y por el otro el de las expresiones corpóreas, que constituyen el conjunto de manifestaciones acerca de la persona y sus problemas.
Es preciso entender que la corporeidad abarca más allá de lo físico o lo somático, sino que implica la comprensión de un lenguaje corpóreo, expresión de lo que se siente y está pasando en la totalidad del ser: cuerpo, pensamiento y emoción.
En síntesis, en lo corporal residen una diversidad de dimensiones que constituyen al condición humana, y como fruto de una construcción activa que es sometida a transformación marcada por determinantes emocionales, históricos y sociales.
CAPÍTULO II: “Concepción y sentido del cuerpo a lo largo de la historia.
Concepción actual y contemporánea del cuerpo.”

Con el transcurrir de los siglos, las representaciones simbólicas que el hombre se hace de si mismo, de los demás y del universo que lo rodea, han ido cambiando con el acontecer de diversos sucesos sociales, económicos y políticos. Diferentes personajes y concepciones en distintos momentos de la historia han alimentado teorías, corrientes y escuelas, que nos permiten diferenciar aquellas y tratar de entender nuestro presente; remontándonos al pasado.
“En la forma como una cultura construye su noción de cuerpo, se cifra una forma simbólica esencial de entender la realidad. En la modernidad, el cuerpo es construido desde diversos niveles. En la Edad Media y el Renacimiento, lo corporal se relaciona fuertemente con las festividades populares, las culturas rurales y una noción de un cuerpo que se identifica con la naturaleza. Pero luego, surge una nueva forma de la corporalidad relacionada con su reducción a objeto de investigación (Vesalio), a un opuesto de la mente (Descartes), o una instancia construida y controlada por fuerzas panópticas (Foucault).
La Edad Media, etapa de la historia europea comprendida, aproximadamente, entre la caída del imperio romano de occidente y el advenimiento de la Edad Moderna. En el 476 D.c., con la caída del mismo, el cristianismo se convierte en la religión oficial de los diferentes reinos.
Poco a poco todos los pueblos se fueron convirtiendo al cristianismo, por lo que la cultura medieval de occidente esta asignada por el teocentrismo. La verdad procede, entonces de Dios, siendo la iglesia católica la mediadora entre el reino de los cielos y el reino de la tierra, lo que determina la manera en que el sujeto se auto conoce. en este contexto el Papa fue reconocido como la máxima autoridad.
Es San Agustín quien diferencia al hombre anterior a la caída y al hombre medieval, la diferencia entre estos dos es, que el primero es una criatura “concupiscente y mortal”, pero a la que Dios ha hecho don de la gracia, que es un “don sobre añadido”. Este don no forma parte de la naturaleza humana, en tanto tal depende del acto mismo del creador. El pecado de Adán se convirtió en la culpabilidad que se extendería a toda su descendencia, y todos compartirían su falta, ya que habrían pecado en él. El hombre habría pues cometido un pecado original alzándose contra el orden establecido por Dios, una falta: “Peccatum actúale”. Éste se habría hecho hereditario y se convertiría en un estado: “Peccatum Habituale”, el de la esclavitud del hombre con respecto a la concupiscencia y la muerte .En donde el hombre esta destinado a la misma porque el hombre ya no es el verdadero hombre (el anterior a la caída). Entonces, para que el hombre medieval tenga salvación necesita de la divinidad; esta relación entre él y la divinidad no cambia sino hasta el renacimiento.
El renacimiento significo un movimiento cultural de los siglos XV y XVI, que termino dando nombre a un período de la civilización occidental caracterizado por la vuelta a la antigüedad clásica como reacción contra la mentalidad teológica medieval; en este período podemos citar la desvinculación del arte del monopolio cultura de la iglesia. Este período del arte se inspira en el “renacer” y toman como referencia al ser humano.
En el siglo XV, el retrato individual sin ninguna referencia religiosa se afianzaba en la pintura; se vuelve un cuadro en sí mismo. La preocupación por el retrato y por el rostro, tendrá cada vez más importancia con el correr de los siglos. El retrato individual se convierte en una de las primeras fuentes de inspiración de la pintura, cambiando en algunos decenios aquella tendencia establecida de no representar la persona humana, salvo en una representación religiosa.
Ese individualismo hace que el sujeto deje de ser el miembro de la comunidad para volverse un cuerpo para el solo; esto es lo que lleva al desarrollo de un arte centrado directamente en la persona y provoca un refinamiento en la representación de los rasgos, una preocupación por la singularidad del sujeto, ignorada socialmente en los siglos anteriores.
Con el nuevo sentimiento de ser un individuo, de ser el mismo, antes de ser miembro de una comunidad, el cuerpo se convierte en la frontera precisa que marca la diferencia entre un hombre y otro.
Al mismo tiempo, el retroceso y abandono de la visión teológica, conduce al hombre a considerar al mundo que lo rodea como una forma pura, indiferente, vacía que solo la mano del hombre, a partir de este momento, puede moldear.
Las representaciones del cuerpo y los saberes acerca del mismo no pueden desligase de un contexto, de un estado social determinado, de una visión del mundo y de una definición de la persona. El cuerpo, sostiene David Le Bretón, “es una construcción sociocultural, no una realidad en sí misma”.
En occidente la concepción del cuerpo está ligada a la posesión, no a la identidad, al ser. “mi cuerpo”, que nació del desarrollo del individualismo en las sociedades occidentales en el renacimiento, que convierte al cuerpo en el envase del sujeto, el lugar de sus límites y su libertad.
En la actualidad, el cuerpo es, de alguna manera, algo diferente de él, como un objeto muy especial. La identidad de sustancia entre el hombre y su arraigo corporal se rompe. La formula moderna del cuerpo lo convierte en un resto: cuando el hombre está separado del cosmos, de los otros y de sí mismo.
De ahí este borramiento y olvido del cuerpo, proceso de desarraigo del soporte físico en el marco cotidiano, genera una disociación corporal, pues en estas condiciones la conciencia del arraigo corporal, solo la otorgan los períodos de tensión del individuo; pues descentra al sujeto arrojándolo fuera de sí.
El hombre de Vesalio, anuncia el nacimiento de un concepto moderno, el cuerpo sigue dependiendo de la antigua concepción de hombre como microcosmos, en donde el cuerpo no es más que el cuerpo.
Entre los siglos XVI y XVIII nace el hombre de la modernidad: un hombre separado de sí mismo, de los otros y del cosmos.La modernidad tiene como elemento esencial un proceso de nueva comprensión de lo real del sujeto y las cosas, del yo y la naturaleza y de las formas de conocer a la misma. Plantea una desacralización del mundo, donde se da apertura a una razón científico-técnica.
Se deja de privilegiar la boca como medio del habla, priorizando así la mirada; en donde el rostro se transforma, siendo la parte más individualizada y singular del cuerpo.
Es la marca de una persona, de ahí su uso social en una sociedad en la que el individuo comienza a afirmarse cada vez más. La importancia ahora es convertirse
En dueños y poseedores de la naturaleza, el mundo deja de ser un universo de valores para convertirse en un universo de hechos. No hay misterios que la razón no pueda descifrarlo.
“No hay ningún modo (…) que uno deba abstenerse de tener pasiones, basta con que se sujeten a la razón” (René Descartes).
Eleva al pensamiento al mismo tiempo que denigra el cuerpo. En este sentido distingue al alma del cuerpo, otorgándole valor al primero.
Considera que la conciencia del individuo está basada en la depreciación de los cuerpos y de la autonomía de los individuos de una sociedad respecto de los valores que los vinculan con el universo y los otros. Así, Descartes se plantea como un individuo se prima sobre el grupo, y al cuerpo como el límite entre todos los hombres.
Es propio de él buscar y pronunciar la formula que distinguen al cuerpo del hombre, dándole al primero la categoría de accesorio. La dimensión corporal del hombre recoge toda la carga de decepción y desvalorización.
El cuerpo molesta al hombre, ya que lo racional no es una categoría del cuerpo sino del alma; por lo que al no ser instrumento de la razón, el cuerpo está condenado a la insignificancia. Para Descartes el pensamiento es totalmente independiente del cuerpo y está basado en Dios.
CAPÍTULO III: “Trastornos somatoformes y el Paciente Psicosomático.”
Primeramente es preciso hacer un recorrido teórico acerca de los trastornos más comunes que afectan a gran parte de la población que se caracterizan por presentar síntomas somáticos lo suficientemente serios como para causarle a la persona un malestar emocional significativo y que interfieren, perturban o incapacitan el funcionamiento cotidiano a nivel laboral o social; es decir, la vida normal de relación
Nos referimos a trastornos comúnmente llamados “Psicosomáticos”, pero que en realidad forman parte de la siguiente clasificación según el DSM-IV:
- Trastornos Somatoformes: so los que se manifiestan por síntomas somáticos en los que no se puede demostrar una enfermedad o lesión tisular que los explique.
- Trastornos Psicosomáticos clásicos: en los cuales se sospecha la asociación de componentes emocionales que afectan el origen, agravan o mantienen las enfermedades, como ser: asma bronquial, psoriasis, colitis ulcerosa, úlcera péptica, síndrome de hiperventilación, palpitaciones, hipertensión esencial, enfermedad coronaria, etc.
- Trastornos somáticos inexplicables: son afecciones donde los hallazgos médicos son negativos o insuficientes, como por ejemplo: fatiga, mialgias, dolor pelviano, cefaleas, tensión cervical, etc.; que reciben denominaciones como fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, síndrome de latigazo, etc.
Más específicamente se hallan dentro de los Trastornos Somatoformes:
a) Trastornos por somatización: caracterizados por múltiples síntomas somáticos y quejas físicas que afectan a muchos sistemas orgánicos para los cuales no hay hallazgos físicos o de laboratorio. Trastorno que suele ser crónico y cuyos síntomas pueden aparecer antes de los 30 (treinta) años y estar asociados a un malestar psicológico notable, a un deterioro del funcionamiento laboral y social, y a una excesiva recorrida medica.
b) Trastornos de conversión: caracterizado por la presencia de uno o dos síntomas neurológicos (por ejemplo: parálisis, ceguera, parestesias) que no pueden explicarse por medio de ninguna patología médica o neurológica.
c) Hipocondría: más que centrarse en los síntomas, este trastorno se caracteriza por interpretaciones poco realistas e imprecisa de síntomas o sensaciones físicas, que llevan al paciente a la creencia de padecer una enfermedad específica, lo cual produce una preocupación y miedo constantes ante la posibilidad de sufrir enfermedades graves. Las preocupaciones del paciente son tales que llegan a provocar un notable malestar y alteran su capacidad para funcionar normalmente en si vida personal, social y laboral.
d) Trastorno Dismórfico corporal: consiste en una preocupación por una falsa creencia o una percepción exagerada de que una parte del cuerpo es defectuosa, es decir, por un defecto corporal imaginario o una distorsión exagerad de un defecto mínimo, que es causa de un malestar significativo y deterioro del funcionamiento personal, social y laboral del sujeto.
e) Trastorno por Dolor: se caracteriza principalmente por la presencia de síntomas dolorosos en uno o más lugares, que están relacionados o se exacerban por factores psicológicos, y que no pueden justificarse por ninguna patología médica o neurológica, acompañada de un gran malestar emocional y deterioro de su funcionamiento.
Además contiene dos categorías diagnósticas adicionales:
a) Trastornos somatomorfes indiferenciado, en donde los pacientes presentan una o dos quejas somáticas, en donde los síntomas deben estar presentes durante al menos seis meses.
b) Trastornos somatomorfes no especificados.
Se puede decir que las personas que padecen estos trastornos comparten las siguientes características:
- sobre adaptación a la realidad: son sujetos muy eficientes y no tiene capacidad para el óseo.
- confunden responsabilidad con obtención de prestigio y éxito.
- confusión semántica en cuanto a los mensajes como órdenes y expectativas.
- el cuerpo sobre exigido al máximo rendimiento, suelen ser hiperactivos y tener una capacidad de trabajo sin medida. El cuerpo se vuelve sede y ejecutor de la descarga de tensión.
- fracaso, elaboración y procesamiento del mundo emocional: no hay registro de necesidades básicas ni se permiten la expresión de sentimientos que creen negativos (rabia, dolor o insatisfacción).
Además estas personas coinciden en los siguientes rasgos generales:
- aseguran que su malestar es físico,
- consumen enormes recursos económicos y nunca quedan conformes,
- suelen agotar a la familia y al médico debido a la queja permanente.
A. Aisenson Kogan concibe que estas enfermedades se desatan cuando una persona padece situaciones conflictivas de una duración o intensidad que supera las posibilidades del organismo para reaccionar de manera adaptada, que son una expresión del stress experimentado en el área del cuerpo.
Por otra parte diversos autores a lo largo de la evolución de la medicina psicosomática han hecho sus aportes al campo, entre los que se encuentran:
Alfred Adler, quien fue el primero en enunciar dos principios básicos:
1º) que los órganos son vulnerables a los conflictos mentales y pueden expresarlos, que existe un “lenguaje de los órganos”;
2º) la importancia que asume en el equilibrio psíquico la imagen interna que se forja en individuo sobre sus funciones defectuosas.
Por su parte Alexander, entre los primeros teorizadores sobre medicina psicosomática, en 1932, concluía en que las distintas afecciones psicosomáticas corresponden a otros tantos tipos de conflictos, fundándose en observaciones y en la teoría freudiana sobre la evolución psicosexual.
Decía: “Por el hecho de que el hombre es un complejo aparato fisiológico y al mismo tiempo un individuo autoconsciente dotado del don de la comunicación verbal, debe ser estudiado a la vez psicológica y fisiológicamente. Reconciliar los resultados de estos dos tipos de información es la esencia del enfoque psicosomático”.
H. Flander Dunbar en cambio relaciona las afecciones corporales con diversos perfiles de personalidad.
Pero ciertamente fueron las conclusiones de Medard Boss acerca de las afecciones corporales las que se estudiaron desde una perspectiva existencial e interpretación fundada en una concepción de la corporeidad, que se acerca más a lo que coincidimos.
Boss sostiene que esta concepción pertenece a la apertura del hombre hacia el mundo que es una apertura bajo la forma corporal. De ella se produce una hiperftrofia patológica cuando el hombre, en lugar de jugar libremente todas sus posibilidades, se limita a las esferas sombrías y mudas de la existencia desprovista de palabras y de pensamientos, esto es, a la esfera en que la existencia se actualiza tan solo de manera física o somática. Entonces, surgen modalidades existenciales exclusivas o predominantes.
Sin embrago para poder entender estos trastornos de variada intensidad por parte de la comunidad médica en su conjunto, se requiere empezar a interpretar la corporeidad desde una óptica diferente.
Es preciso tener en claro que nuestro cuerpo tiene diferentes lenguajes y modos de expresarse, con diversas sensaciones y palabras, pero que además cuenta con un lenguaje corporal o psicosomático, que deviene desde las primeras señales corporales de los comienzos de la vida. Por lo que las palabras con las que expresamos nuestras sensaciones derivan de experiencias corpóreas y en por eso que es imposible expresar emociones que hayan sido hechas concientes por el cuerpo.
Así, para comprender y “escuchar” el lenguaje del cuerpo, es fundamental que tomemos conciencia de la corporeidad y lo que representa; que empecemos a ser concientes de su lenguaje y de lo que nuestro cuerpo tiene para decirnos, porque la facticidad de la conciencia es el cuerpo, y mi cuerpo no es algo más que hay en el mundo que es mi facticidad, aquello donde la conciencia se abre al mundo. Esto se refiere no a la conciencia del mundo, sino del “ser-en el mundo” que es humano.
“el hombre está capacitado para elevarse siempre por encima de su entorno casual, porque su hablar hace hablar al mundo” (Gadamer).
Esto implica comprender que la vida es la vida misma de nuestro cuerpo, que nos comunica con el mundo de la vida, ese “mundo en el que nos introducimos por el simple vivir nuestra actitud natural...”. Su existencia depende entonces de la conciencia que tenemos de él, “aquí estoy, yo soy, existo”, el mundo es lo que percibo con mi ser.
Este lenguaje de la vida que implica el lenguaje de mi cuerpo, e, “vivir corporalmente”, incluye por un lado que la vida tome conciencia de sí gracias a los sentidos de nuestro cuerpo, lo que conlleva a hacerse cargo y responsable de las sensaciones. Reconocerlas es dar el primer paso imprescindible y fundamental para romper con las tensiones y molestares que se sienten. Esto se refiere a hacer un registro de no solo las sensaciones que provienen de los sentidos más ortodoxos como la vista, oído, olfato, gusto y tacto; sino también las provenientes de otros menos conocidos como sensaciones térmicas, del tono, dolorosas, viscerales, las relacionadas con el movimiento, la presión, el peso, etc.
Asimismo implica prestar atención a las sensaciones provenientes de otros cuerpos como las caricias o el rechazo, la mirada, la postura, la distancia interpersonal, entre otras.
Pero esto no es suficiente, además en necesario que nuestra vida tome conciencia del entorno. Como seres socializados que somos, el mundo no es solo en mi cuerpo, como en las primeras etapas egocéntricas del desarrollo, tangible, sino el que comparto con otros y toma sentido porque hay otros seres, por lo que siento también por ellos. Así surge un sentimiento que da sentido de vida dirigido hacia un cuerpo que siente y aquello que le rodea. Esta es una sensación que nos pone en contacto con nuestro cuerpo y nos da sentido vital.
Todo esto, porque en el lenguaje de la vida y del vivir corporalmente se aloja el lenguaje de los sentimientos, cuya construcción precisa de comunicación y diálogo no solo consigo mismo sino con los otros y el otro.
Debido a que el ser humano es una ser social y comunicativo que vive y se relaciona en experiencias significativas con los demás, su lenguaje vivo implica que ese otro esté presente y en mutuo entendimiento.
Cuando el sujeto enferma esta necesidad de comunicación se incrementa. Comunicar lo que se siente es fundamental para la vida. Nos volvemos interlocutores, traductores e intérpretes de lo que sucede en nuestro cuerpo con el fin de aliviar el padecimiento.
Pero hay ocasiones en las cuales el lenguaje complejo y ambiguo del cuerpo no puede expresarse y por lo tanto el tomar conciencia del vivir corporal se dificulta. Es estos casos en “la enfermedad la que habla por el enfermo”; el cuerpo experimenta lo que la persona no puede asumir concientemente. Los contenidos de la mente generan su compensación enfermando al cuerpo.
La enfermedad en cierto modo nos desnuda, deja al descubrir lo que el cuerpo no quiere callar, y nos hace sinceros de modo diferente, con el fin de buscar el equilibrio y otra forma de salud.
No obstante, para cuidar de esta salud es preciso por lo tanto, “escuchar” la corporeidad y “dialogar”. La enfermedad, como en el caso de los trastornos somatoformes, nos propone comunicarnos de otra manera, en un diálogo donde se entrecrucen tanto las afinidades y las diferencias de las personas, donde el diálogo y la palabra no sean simples accesorios de la comunicación y entendimiento, sino que sean esenciales al encontrarse y ser en la palabra algo común, en un proceso de aprendizaje mutuo.
En este proceso, el diálogo nos permite descomponer y reconstruir los significados que el sujeto esta haciendo acerca de lo que está sucediendo y sintiendo en su cuerpo; nos permite descifrar el lenguaje corpóreo al que nos sujeta la enfermedad representado en el síntoma, y poder revisar y de-codificar los constructos y rótulos acerca de las experiencia de padecimiento que congelan este síntoma , que al igual que el modo de vivir la corporeidad, es un constructor y como tal, es susceptible de ser reconstruido y resignificado, así como todas las dimensiones que encierra la condición humana. Por lo tanto, los síntomas no son el único lenguaje del cuerpo, así como el dolor o el placer, son una representación del mundo cultural en el que vive la persona. Esto explica el hecho de que en algunas culturas el dolor sea objeto de ofrenda y devoción, o por el contrario un sinsentido absoluto como sucedes en las sociedades contemporáneas que ya no integran el sufrimiento ni la muerte como hipótesis de la condición humana. Dice Le Breton: “despojar al dolor de todo significado supone dejar al ser humano sin recursos, hacerlo vulnerable, el dolor es signo de humanidad. Abolir la facultad de sufrir seria abolir su condición humana”.
De cualquier modo para hacer frente a estas experiencias de padecimiento que incluyen fundamentalmente sensaciones de malestar o displacer, y para paliar el sufrimiento, el primer paso como dijimos es reconocer y hablar de las sensaciones del cuerpo, darle nombre a lo innombrable; esto se refiere a la Rotulación, que también es un constructor que surge de la necesidad que tenemos las personas de procurar explicar lo que nos pasa, las dificultades para seguir adelante con el guión o proyecto de vida, aunque en ocasiones estas rotulaciones no sean las mas adecuadas y sean erróneas y perjudiciales para la propia persona. Esto implica también atribuirle un sentido a la experiencia, para lo que es imprescindible nombrarlo.
En segundo lugar, implica darle un significado. Comprender el sentido es también comprender el sentido de la vida, que depende en cada caso de la existencia individual que lo padece y de los arquetipos de la cultura. Por eso en innegable que la experiencia de padecimiento hasta cierto punto es una construcción social. Así como también tiene que ver con la visión y el significado que cada persona tiene de su cuerpo, el cómo vive y ve la imagen de el.
Insistimos, la corporeidad y su modo de vivirla en todas sus dimensiones, es le resultado de la construcción de representaciones simbólicas persona, social y cultural.
Por este motivo toda enfermedad o trastornos como los que acabamos de citar, constituyen una alteración que en mayor o menor medida afectan los diversos niveles y dimensiones de la condición humana, ya sean físicas, mentales, emocionales, inconciente, cultural, etc. Comprenden al ser humano en su totalidad e implican por parte de él reacciones globales que configuran su unidad dotada de medios de expresión diversos que el profesional de salud debe ayudar a descifrar, con el fin de favorecer los procesos de adaptación, bajo una perspectiva integral y holística que comprenda la multiplicidad de fenómenos y factores que hacen el “vivir la corporeidad” y la compleja entidad que representa la condición humana
CAPÍTULO IV:“Enfoque médico y mirada para una intervención más eficaz.”
“La realidad del otro no está en aquello que el revela, sino en aquello que no puede revelar; por ello, si quisieras comprenderlo, escucha, no lo que él dice. (Kahil Gibran)
El acto profesional de cuidar la salud se ha ido deteriorando en la medida que la comunicación con el paciente se restringe a encuentros cada vez mas técnicos, distantes y fríos que esquivan el dialogo y privilegian la “información”.
Hoy más que nunca en un mundo que sucumbe en el conflicto y la intolerancia, resurge la necesidad de reconocer la enfermedad, mas allá del mero hecho biológico, como hecho social y cultural; de volver a valorar el dialogo como estrategia que permite el encuentro, dando sentido a nuestra existencia y haciéndonos humanos en el acto de enfermar y de sanar.
Para entender la enfermedad es necesario interpretar nuestra corporeidad, nuestro cuerpo se expresa con sensaciones y éstas con palabras; donde a través de ella nos ayuda a descubrir las sensaciones profundas e intangibles de nuestro cuerpo. Para cuidar la salud se requiere “escuchar” la corporeidad. El lenguaje del cuerpo es psicosomático, las palabras con las que expresamos nuestras sensaciones surgen de experiencias corpóreas y es posible expresar sensaciones que no hayan sido hechas conscientemente por el cuerpo. A partir del momento que tomemos consciencia de nuestra corporeidad, empezamos a ser conscientes de su lenguaje y del entorno.
En base a las enfermedades psicosomáticas, las cuales son un grupo de trastornos que abarcan síntomas físicos (dolor, nauseas y mareos), podemos decir que sus síntomas somáticos son lo suficientemente serios como para causarle al paciente un malestar emocional significativo o una alteración en su funcionamiento cotidiano a nivel laboral o social.
CONCLUSION
En el presente trabajo intentamos hacer un fugaz recorrido por dos períodos importantes de la historia del pensamiento occidental, y su visión del cuerpo humano, ya sea, como factor de integración a una comunidad (Edad Media), ya sea, como un límite, como un “factor de individualización” (Durkheim) que envuelve a toda la modernidad, y como éstas concepciones determinaron los modos de ser y de entender la propia existencia humana.
En un primer momento el cuerpo no pertenece al sujeto, a su singularidad, sino que está inserto dentro de una comunidad; es por esto que el cuerpo no puede verse como una unidad, como separado del resto de los individuos. El ser y el cuerpo son una misma cosa.
El momento de transición entre ambos momentos es el Renacimiento y su concepción individualista. Poco a poco las ideas religiosas dogmáticas van nublándose en la razón del hombre que hace cada vez más visible. Más tarde, con el anatomismo, con fines puramente educativos, la razón científica sigue amenazando con el fin de las creencias que hasta hace poco tiempo imperaba en la sociedad.
Finalmente con la modernidad, y instalada en todos los campos, y teniendo a Descartes como principal representante de dicha época, el cuerpo aparece siendo la parte menos importante de la dualidad cuerpo-alma. Es el alma existencia humana. “Pienso, luego existo”.
Pero la importancia de estas nociones radica en que a lo largo de la historia de la humanidad el sujeto, como ser social y co-determinado que es, no ha estado exento a la diversidad de factores que envuelven su existencia, ya sean personales, sociales, culturales e históricos. Por lo tanto, las concepciones acerca de su constitución y existencia, han sido determinantes en sus modo de actuar, de mirarse a sí mismo y mirar el mundo, y hasta de hacer frente a sus padecimientos y enfermedades.
Entender la totalidad del ser, es abordarlo desde múltiples miradas, desde las distintas realidades posibles, y abriendo camino a sus diversas posibilidades de acción, comprendiendo que la corporeidad se nutre de la vasta riqueza física, emocional, mental, inconciente, social y cultural, etc. con la que cuenta el ser humano.
BIBLIOGRAFÍA:
Aída Aisenson Kogan. “Introducción a la psicología”. Ediciones Nueva Visión. Bs. As. 1979.
Harold Kaplan; Benjamin Sadock; Jack Grebb. Sinopsis de Psiquiatría. Ciencias de la conducta Psiquiátrica Clínica. Ediciones Médica Panamericana.
Susana Kesselman. Lo corporal: el cuerpo como comunicador, vehículo de las Emociones. “El pensamiento corporal. Paidós. Barcelona. 1990 (Síntesis y reelaboración).
David Le Breton. “Antropología del cuerpo y modernidad”. ed. Nueva Visión.1995. Por José Luis Solanas Ruiz.
David Le Breton. “Pensar el cuerpo es pensar el mundo”. Publicado por Carlos Trosman. 29 de julio de 2009.
Entrevista David Le Breton: “El sentido del cuerpo”. Entrevistas 21.2005.
Analía Negishi. Cuerpo y Modernidad.

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