martes, 22 de octubre de 2013

DIALOGO CON LO CORPORAL




Lo corporal
Susana Kesselman: “El pensamiento corporal”, Paidós, Barcelona, 1990
(Síntesis y reelaboración )
En los últimos años el papel del cuerpo se ha transformado, como la Cenicienta....Durante décadas subordinado a la plenificación del alma, se ha convertido en su amo y Señor. Pero nuevamente se comete el error de separar y subordinar.....El cuerpo es el lugar donde se expresa la conducta, y aún más es el lugar donde todas las conductas son posibles. Pero la conducta humana tiene múltiples disfraces y se da simultáneamente en todas las manifestaciones de la que el ser humano es capaz, ( concepto de las áreas de la conducta)
El cuerpo adquiere a través de los sentidos, adquiere un potencial de conocimiento, una posibilidad de aprendizaje...
Las sensaciones son el disparador de la conducta en las tres áreas. Si tenemos la capacidad de ser receptivos, estar presentes, la sensación se integra, no queda aislada, no se refugia estérilmente como síntoma. Por ej este dolor de espalda de la posición incorrecta o de tensión, entendido se acepta, se revierte. Si lo niego se transforma en irritación constante (A1), termina generando una malformación( A2), o se descarga en malhumor sobre otros ( A3) Quizás procuraba frenar con la espalda lo que no pude rescatar para expresar en palabras: “este trabajo no me agrada, ya no puedo más”....
Si el cuerpo solo puede actuar con el síntoma queda a merced de éste, destinado a u comportamiento escindido....Responsabilizarse por la sensación, hacerse cargo de ella, es permitirle una expresión coherente en la conducta. Algo tan obvio como sentir cansancio y permitirse descansar, necesitar más tiempo y poderlo pedir en palabras y no entorpeciéndose no siempre es accesible....
El miedo a hacerse responsable de la sensación, a no saber qué hacer con ella escapa, a veces, a nuestra conciencia...Por otro lado el incremento de la sensibilidad es la apertura al dolor, a la pérdida de control, a sentirse vulnerable.. Pero es el primer paso imprescindible: no podemos deshacernos de una tensión o malestar que no sentimos y reconocemos.
“Siento las piernas pesadas”- comenta una embarazada a su amiga. Y la otra, para no ser menos, contesta: yo, me siento fofa e hinchada, y ni siquiera estoy embarazada.
Estas mujeres, hablan de algo más que sus cuerpos, hablan de su manera de sentirlo, de su modo de vivirlos. Este vivirse corporalmente está relacionado con multiplicidad de sensaciones integradas en una representación simbólica de nuestro Esquema Corporal...
Sensaciones que provienen de los sentidos más ortodoxos( vista, oído, olfato, gusto, tacto) como de otros menos conocidos: (sensaciones térmicas, de tono, dolorosas, viscerales, vinculadas al movimiento, a la presión, al peso.
También sensaciones que provienen de otros cuerpos van construyendo esa representación: la caricia o el rechazo, la mirada, la postura. Así como vivencias de las vicisitudes de la historia corporal: accidentes, dolores, etapas de la libido, zonas con estimulación particular, quedan inscriptas en su Imagen Corporal. Es la representación de la aventura de nuestro cuerpo.
Cuando esta representación entra en crisis, por ej. en el fenómeno del miembro fantasma, en una mastectomía, en la aparición de arrugas y canas, en la postración forzosa, los cambios puberales, encontramos un cuerpo que habiendo sido familiar, se hace desconocido, que habiendo sido manejable, se torna difícil, incomprensible.
Se movilizan entonces, las ansiedades básicas ante toda situación de cambio:
-ansiedad confusional: indiscriminación, no se percibe con claridad, faltan claves
-ansiedad persecutoria: el cuerpo se siente peligroso, se teme lo desconocido
-ansiedad depresiva: tristeza por el cuerpo que fuimos y ya no está.
Pero el lugar de las pérdidas es también el de la posibilidad de nuevos encuentros, de respuestas creativas a las crisis. La historia de nuestras vivencias, el modo de enfrentar nuestras crisis van constituyendo”la novela corporal”. Es un aspecto de la novela personal y de la familiar, que refleja la aventura del cuerpo y su representación. Libro de lectura de los bloqueos, de las disfunciones, de los síntomas, de las posturas, disritmias e indiscriminaciones, de las recriminaciones y consejos, de la indiferencia y de las buenas intenciones. Es la posibilidad de palabra que tiene el cuerpo
Lo corporal es residencia en que se alojan los mitos familiares y las leyendas a cumplir en los destinos de cada sujeto. Desde esta idea, cada cuerpo encubre y descubre una leyenda corporal destinada a difundir los mitos familiares corporales que suelen quedar testimoniados en fotos, comentarios, predicciones.
“ Cuando era bebé era tan lindo...” ¿Explicará esto la dificultad de crecer?
“Tiene el cuerpo del abuelo: será enorme como él” ¿ Elogio o designio terrible?
“Mirá esta foto, parecías una nena, tan limpito, peinadito” ¿Cómo deben ser los varones?
Podemos preguntarnos qué mitos familiares arrastramos, realizando espirales imaginarios en nuestros movimientos. Quizás aparezcan imágenes de tensiones, distorsiones, mandatos, zonas olvidadas, secretos viscerales, modos de caminar, dormir, reir, llorar, capacidad para tocar a otros o dejarnos tocar sin temor, permiso para el placer.....
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Schilder en sus estudios sobre el cuerpo reconoció distintos conceptos que no son idénticos pero si mutuamente interrelacionados:
- Esquema corporal: término neuropsicológico, imagen tridimensional del propio cuerpo, gestald de las proyecciones corticales de la sensorialidad
-Imagen corporal: término que pertenece al registro de lo imaginario, su base es afectiva, depende de la evolución libidinal y agresiva, de sus vicisitudes, experiencias, fijaciones. Su función es estabilizadora, envuelve y delimita aunque está en ajuste permanente. Su plasticidad se evidencia especialmente en los cambios súbitos como los puberales o mutilaciones, en las distorsiones hipocondríacas o en la sensación de extrañeza o fragmentación de estados severos.
- El cuerpo social: desde una perspectiva antropológica fenomenológica el cuerpo es el vehículo de “ser- en el mundo”, centro de los cambios relacionales afectivos entre individuos. Allí el cuerpo propio se muestra, encubre, expresa, oculta, en un continuo intercambio con los otros. En la adolescencia actual es evidente la alta presión social normativa, todo la discusión corporal parece centrarse en diferenciarse del otro (especialmente del adulto y de los exogrupos) y a la vez buscar un parecido reasegurador con los otros (miembros del propio grupo) a través de signos corporales, como vestimenta, peinado, tatuajes, ritmo corporal, posturas.
A lo largo de la vida son frecuentes conductas de expresión somática: el cuerpo en sus distintos sistemas (digestivo, respiratorio, piel, etc.) y a través de las necesidades fisiológicas (alimentación, eliminación, sueño) puede manifestar dificultades, encontrar un medio de relación con los otros ya sean reales o fantasmáticos ((imágenes parentales) o mantener defensas sobre pulsiones sexuales o agresivas que aún no se pueden manejar.
El cuerpo propio también puede ser un objeto transicional, a mitad de camino entre objetos externos e internos y ser investido de amor como en el narcisismo secundario o agresivamente como en las autoagresiones, intentos suicidas, fobias dismórficas.

El diálogo como encuentro. Aproximaciones a la relación profesional de la salud-paciente

Francisco Bohórquez , Luis Jaramillo E Colombia
http://scielo.isciii.es/scielo.php?pid=S1132-12962005000200008&script=sci_arttext
La realidad del otro no está en aquello que él revela,
sino en aquello que no puede revelar;
por ello, si quisieras comprenderlo, escucha,
no lo que él dice, sino lo que él no dice. Kahil Gibran
El acto profesional de cuidar la salud se ha ido deteriorando en la medida que la comunicación con el paciente se restringe a encuentros cada vez más técnicos, distantes y fríos que esquivan el diálogo y privilegian la “información”. Esto plantea un reto al personal de salud, particularmente, a las escuelas y facultades de ciencias de la salud. Hoy más que nunca, en un mundo que sucumbe en el conflicto y la intolerancia, resurge la necesidad de reconocer la enfermedad, más allá del mero hecho biológico, como hecho social y cultural; de volver a valorar el diálogo como estrategia que permite el encuentro, dando sentido a nuestra existencia y haciéndonos humanos en el acto de enfermar y de sanar.
Introducción Para entender la enfermedad es necesario interpretar nuestra corporeidad, nuestro cuerpo se expresa con sensaciones y las sensaciones con palabras. La palabra es un medio portentoso, pero resbaladizo, que nos ayuda a descubrir las sensaciones profundas e intangibles de nuestro cuerpo. Corporeidad va más allá de la idea “soy cuerpo”; Zubirí la plantea como el todo humano que explica la complejidad humana. En su complejidad el cuerpo existe en siete dimensiones: física, emocional, mental, trascendente, cultural, mágica e inconsciente; integrados en estas dimensiones nos hacemos humanos y nos diferenciamos de las otras criaturas vivientes. Inherente a la palabra está el escuchar, como sucede al músico, interpretar nos exige antes escuchar. Para cuidar la salud se requiere “escuchar” la corporeidad. El lenguaje del cuerpo es psicosomático, las palabras con las que expresamos nuestras sensaciones surgen de experiencias corpóreas y es imposible expresar sensaciones que no hayan sido hechas conscientes por el cuerpo.
El lenguaje, así como el cuerpo, es ambivalente, la palabra se inscribe en la polaridad de dos o más planos de significado: “la infinitud de aquello que comprendemos, y la finitud de lo que realmente queremos decir“. La enfermedad habla por el enfermo; por ejemplo, el enfermo de los ojos no puede “ver” las cosas claras, la enfermedad coronaria es además de estrechez arterial, frecuentemente “escasez” afectiva; en fin, la enfermedad nos desnuda, nos hace ser sinceros de otra forma. El cuerpo experimenta lo que la persona no ha asumido conscientemente; los contenidos de la mente generan su contrapartida en un cuerpo que enferma. La enfermedad es una búsqueda interna de equilibrio y otra forma de salud.
El enfermo es verdugo y víctima a la vez. No basta entender las relaciones funcionales de las enfermedades, éstas de por sí no dicen nada del enfermo. Puede ser más importante analizar las circunstancias en las que surge la enfermedad, las ventajas que ella permite, los esfuerzos que se evitan con ella. Identificadas las falencias que la enfermedad nos revela, es posible asumir lo que nos falta para reconocer lo que todavía no somos y necesitamos aprender. La curación es la consecución de la plenitud y la unidad, el hombre sana cuando encuentra su verdadero ser y se unifica con él; la enfermedad obliga al ser humano a no abandonar el camino de la unidad. Por ello, “la enfermedad es un camino de perfección”.

El lenguaje del cuerpo

A partir del momento en que tomamos conciencia de nuestra corporeidad, empezamos a ser conscientes de su lenguaje. Las caricias, los mimos, la lactancia, el aseo; el calor que la madre prodiga al hijo, son las primeras señales corpóreas que despiertan sensaciones en la nueva vida. Empieza a constituirse una sensación de bienestar que nos configura y nos da una idea de lo normal. De esta forma, cuando nos llega la enfermedad, los cambios que se presentan en el cuerpo, las incomodidades y dolencias que surgen, nos sirven para reconocer nuestra limitación y finitud: poco a poco aprendemos que podemos padecer el dolor y que moriremos algún día. Aunque sepamos que el mundo seguirá existiendo, a pesar de que nuestro cuerpo deje de hacerlo, éste es nuestro primer mundo, y pareciera que sin él, no podemos concebir la existencia. La vida es la vida de nuestro cuerpo físico y nuestra desaparición significaría la desaparición del mundo. La disolución del mundo es nuestra disolución corpórea; éste es un problema ontológico: la vida es la vida porque nuestra propia vida la percibe. Nuestro cuerpo nos comunica con el mundo de la vida, ese “mundo en el que nos introducimos por el mero vivir nuestra actitud natural, que no nos es objetivo como tal, sino que representa en cada caso el suelo previo de toda experiencia”. Su existencia depende de la conciencia que tenemos de él: aquí estoy, yo soy, existo, el mundo es lo que percibo con mi ser. Para Gadamer “el hombre está capacitado para elevarse siempre por encima de su entorno casual, porque su hablar hace hablar al mundo”.
Pero aunque la vida tome conciencia de sí gracias a los sentidos de nuestro cuerpo, de poco serviría sin la conciencia del entorno. Después de superar la fase egocéntrica, el ser humano se socializa. El mundo ya no es sólo mi cuerpo tangible, va más allá; el mundo es el mundo que comparto con otros y toma sentido porque hay otros seres, especialmente, por lo que siento por ellos. De nuevo es un sentimiento el que da sentido de vida, esta vez, dirigido hacia un cuerpo que siente y aquello que le rodea. Esta es una sensación que nos pone en contacto con nuestro cuerpo y nos da sentido vital. El sentido de vida y de muerte cambia; yo existo siempre y cuando existan otros que piensan en mi, puedo morir físicamente pero vivir para otros que aún me recuerdan; entonces: ¿cuándo se muere? ¿dónde empieza la muerte?; podemos estar muertos en vida cuando no vivimos para nadie, o podemos vivir aún en la muerte por nuestras acciones realizadas en vida.
La enfermedad juega un papel importante en esta segunda relación. La enfermedad y la muerte de nuestros seres queridos nos causan hondos impactos y nos hacen conscientes de nuestra finitud, pero además, nos hacen conscientes de la necesidad que tenemos de esos otros. En el lenguaje de la vida se alberga el lenguaje de los sentimientos, pero la construcción de esos sentimientos requiere de comunicación y diálogo consigo mismo, con los otros y con lo otro. El ser humano es un ser comunicativo que entra en vivencias y experiencias significadas con otros; lenguaje vivo que implica que el otro esté presente, en el que se presupone un entendimiento mutuo. “En una comunidad lingüística real no nos ponemos primero de acuerdo; al estar en diálogo, estamos ya de acuerdo.”
Cuando enfermamos surge la necesidad de comunicarnos. Comunicar lo que se siente es fundamental para la vida. La enfermedad nos hace conscientes de la necesidad del otro. Aquel niño que llora intensa y desesperadamente, pero no lo consuelan fácilmente el calor y los mimos de la madre, tiene un mensaje: la madre sabe que algo anda mal. Cuando adquirimos la palabra, surge el léxico que expresa nuestras percepciones: cansancio, malestar, ardor o dolor; comunican síntomas físicos junto a las expresiones gestuales y los cambios de conducta. Nos volvemos intérpretes y traductores de nuestro cuerpo con un fin concreto: buscar alivio. Quien enferma está en situación de necesidad y dependencia de otros y para lograr ayuda, la comunicación es fundamental.
Ante la anormalidad hay primero una comunicación interior. Las señales de desagradado que nos alteran e impiden atender nuestra vida cotidiana, dan inicio a un primer diálogo terapéutico: hablamos con nosotros mismos, ¿qué me pasa?, ¿es esto normal?, ¿por qué me siento mal?, ¿será lo que comí?, ¿tendré un resfriado? Surge la necesidad de saber y entender lo que ha cambiado en nuestro cuerpo; recurrimos a nuestras experiencias y conocimientos, analizamos el comportamiento de los síntomas, evaluamos los cambios que se tienen con el curso del día y con nuestras actividades. Pero además, valoramos las posibles repercusiones: el tiempo que podrá durar el problema, las dificultades que genera para nuestro trabajo, los costos que podrá tener el atenderlo, las actividades que tendré que posponer. La enfermedad nos hace comunicar, pero no de cualquier manera; la enfermedad nos conmina a dialogar. Dialogamos con el pasado para comprender lo que pueda significar el presente y ello nos lleva a dialogar con el futuro para visualizar lo que podría significar su progreso. Enfermar nos expone ante una situación extrema, enfermar nos coloca es crisis, nos pone en situación. La enfermedad nos hace impotentes y huérfanos; al estar enfermos buscamos compañía, consuelo, cuidados y alivio. Inicialmente, buscamos ayuda con nuestros más próximos, caso de la madre con su hijo enfermo, quien se torna solícita y orienta sus cuidados; pero el papel del otro próximo lo representa además de la madre, otros familiares y amigos que pueden entender nuestro sufrir. Cuando esto no basta, por fin recurro al médico, con la convicción de entender desde el otro mi existencia y no sólo mis dolencias. El encuentro con el médico tiene como meta comprender y superar el síntoma; para ello, se requiere del diálogo.
Este debe ser el papel del profesional de la salud. Por ejemplo, en la enfermería se asume como rol fundamental el cuidado. La enfermera asume el cuidado del paciente desde muchas dimensiones, en su aseo, con los medicamentos, en la toma de muestras para el laboratorio, está atenta de las necesidades fisiológicas del paciente, todo esto, en el ámbito físico-biológico.10 Sin embargo, el cuidado emocional, no hace parte de los discursos formales de la salud en cuanto a funciones instrumentales, sino que es una función silenciosa; inclusive, de relación afectiva en el reconocimiento del otro que, en términos de Levinas “se trata de considerar a ese otro como alguien distinto a mí pero que a su vez, se parece a mí”; permitiendo entonces, desde el cuidado que se ejerce al paciente, sentimientos que tocan con su intimidad.
Desde el diálogo, se cruzan afinidades y diferencias, pues ese otro (el paciente) "también es poseedor de una razón". Aquí el diálogo y la palabra no son meramente accesorios de comunicación y entendimiento, sino que son esenciales al encontrarse y ser en la palabra algo en común, pues en medio del habla, el otro me aprehende y a la vez, yo lo aprehendo a él. En los cuidados que brinda la enfermera al paciente, emerge un diálogo terapéutico relacionado con su estancia en el hospital, con sus deseos de ser visitado, su percepción frente al dolor, la intimidad de mostrar su desnudez y otras serie de percepciones relacionadas con su enfermedad. Allí se dan relaciones de afecto y alianza que suelen ser espontáneas y naturales con la enfermería, aunque ocasionales y lejanas con el médico.Obviamente, la enfermedad no sólo necesita afecto, ella debe ser entendida y atendida y por tanto necesita ser comunicada y analizada. La mejor atención de la enfermedad se da cuando se logra su comprensión y para que esto sea posible se requiere comprender otro lenguaje; el lenguaje corpóreo, que es la expresión de lo que sentimos desde nuestro ser total (cuerpo, pensamiento y emoción). En tal sentido, quien aspire a comprender el lenguaje del cuerpo, debe aprender dos idiomas: por un lado las palabras que nacen de las sensaciones y por el otro las expresiones corpóreas; el conjunto de estas nos habla de la persona y sus problemas.
Enfermedad: dolor y placer apalabrado
La enfermedad nos hace sujetos cautivos del lenguaje corpóreo. Fuera de la enfermedad, tal vez sólo el placer sexual nos hace tan conscientes de las señales del cuerpo. El ejercicio o el trabajo nos ponen en contacto con lo que somos, pero no nos hablan tan fuerte como el placer y el dolor. Placer y dolor son los despertadores de nuestros sentidos; sabemos con certeza que estamos vivos bajo sus efectos. Al fin y al cabo, placer y dolor son caras de la misma moneda, sensaciones intensas que nos hacen conscientes de la vida. Con frecuencia, vivimos parte del tiempo en nuestro cuerpo sin sentirlo. Buscamos el placer para sentirnos vivos, pero tan pronto como lo alcanzamos, somos conscientes de su existencia efímera, de su transitoriedad; el placer es sólo una ilusión pasajera y limitada, un camino seguro y cierto hacia el dolor de reconocer que ha transcurrido. Una vez alcanzado el placer, experimentamos temor de perder lo que nos sacia y a la vez, la insatisfacción de ver que aquello que nos llena, en realidad nos deja vacíos; pero esa desilusión es tan pasajera como la ilusión que nos lleva en su búsqueda y entonces reincidimos Placer y dolor son los responsables del sentimiento trágico de la vida. “Los humanos sólo se aman con amor espiritual, cuando han sufrido juntos un mismo dolor... cuando sufren su gozo, gozando su sufrimiento. El dolor es el camino de la conciencia y es por él que los seres vivos tienen conciencia de sí... la conciencia de sí mismo, no es más que la conciencia de su propia limitación”.
El lenguaje del cuerpo enfermo es el lenguaje del sufrimiento y del temor de nuestro ser. Se sufre por el dolor y se teme por la muerte, la enfermedad de aquellos seres que queremos nos recuerda que ellos son también pasajeros. Rendir tributo al ser que se va, es rendir tributo a la vida, dar sepultura es algo más que un acto social o un rito religioso, reunirse ante el sepulcro del ser querido es un acto de amor y dolor, es un lenguaje espiritual. El dolor y la muerte de los seres más queridos, como sucede con los hijos, es la más dolorosa de las experiencias. Estamos dispuestos a morir primero que los hijos, biológica y emocionalmente nos preparamos para ello, pero no estamos dispuestos a verlos morir, son parte de nuestra vida y su muerte se convierte en nuestra muerte anticipada, en la pérdida de lo más amado, es la pérdida de lo co-creado, de nuestra obra más trascendente, la creación de otra vida. Lo que nos ata definitivamente al tiempo y por tanto a la mortalidad, es nuestro cuerpo.
El lenguaje del dolor es un lenguaje complejo. El dolor es “una sensación desagradable y una experiencia emocional que es subjetiva y que se expresa con palabras relacionadas con situaciones que ha tenido cada persona desde su infancia” Hablar de lo que se siente no es sencillo. Las sensaciones del cuerpo varían con el estado de ánimo, la personalidad, el ambiente educativo y las circunstancias sociales, entre otros; ello hace que un malestar para una persona sea insoportable y para otra, insignificante. Las sensaciones corpóreas están sujetas a dos interpretaciones: las que la mente hace del cuerpo y las que la cultura hace en el contexto social del padecer. Por ello, el campesino es normalmente poco quejoso de molestias físicas y hasta puede enorgullecerse de su capacidad de soportar dolor; mientras que un joven citadino suele ser susceptible a mínimas molestias, porque su forma de vida lo hace más frágil. En tal sentido, sufrir puede ser un acto valeroso o una tragedia creada.
En sí mismo el dolor es una representación del mundo cultural de las personas. Las circunstancias ambientales, las emocionales, son factores de riesgo; la insatisfacción con el trabajo, las relaciones sociales ingratas, la depresión, el estrés y la ansiedad, facilitan la aparición de dolor incluso sin un factor físico presente.e Los conflictos psíquicos pueden presentarse como fenómenos de conversión: la sensación de llevar muchas responsabilidades puede generar dolor de espalda, una persona confundida tiene dolor de cabeza.19 En este sentido, el dolor suele expresarse como metáfora de lo que se siente; cada cultura desarrolla un lenguaje del dolor que lo define como enfermedad.
Hablar de las sensaciones del cuerpo es dar nombre a lo innombrable. Cuando nos embarga el dolor o el placer ¿qué importan las palabras?. Tal vez ellas cobran sentido cuando miramos de lejos lo vivido y queremos evocarlo o, cuando buscando superar el dolor, necesitamos ayuda. Por eso, cuando reflexionamos sobre experiencias placenteras o dolorosas, nos reconocemos humanos en tales circunstancias y necesitamos darles nombre, apalabrarlas. Placer y dolor son expresiones de totalidad; envueltos en el dolor o en el placer somos íntima y eternamente nosotros, nos sabemos en unidad cuando disfrutamos o sufrimos intensamente. Ambas situaciones extremas nos acercan a lo sublime de forma total: gozar o padecer remiten a la ineludible necesidad de trascender, de cuestionarnos por lo que hay más allá de aquello que nos pone en condición extrema, nos enfrenta con el espíritu, con la divinidad. Surge la plenitud o el desasosiego como sensación y pregunta a la vez; se hace imperativo conocer su sentido. Es por esto, que para dar alguna explicación y buscar significado necesitamos del lenguaje. Platón consideraba que lo humano, por naturaleza, son el placer, el dolor y los deseos. Sin embargo, cuando tratamos de expresar tan recónditas percepciones son bien difíciles las palabras. “El Tao que puede ser expresado no es Tao perpetuo, el nombre que puede ser nombrado no es nombre perpetuo. Sin nombre, es Principio del Cielo y de la Tierra... su vacío es para el Tao su eficacia. Nunca se colma”.
Tal vacío tiene un sentido. El vacío existencial nos impulsa a vivir, a ser trascendencia. A pesar de faltarnos palabras nos sobran deseos después de cada situación intensa; deseos de vivir o incluso de morir. Nos levantamos como el ave Fénix de entre las cenizas o por el contrario, nos vienen profundas depresiones: el desencanto de vivir. Pero independiente del sentido que nos impulsa ese vacío, hay una energía intensa y transformadora. Para llegar a percibir la importancia de la vida es necesario percibir lo profundo de la muerte. Valoramos la vida estando cerca de la muerte. “Quien tiene algo por qué vivir es capaz de soportar cualquier cómo”, decía Nietzche y ese cómo, la salvación del hombre, de una u otra forma está atravesado por el amor.
Relación profesional–paciente
"Yo les pregunto a los médicos y ellos me contestan que hay cosas que uno no entiende, porque uno no entiende los términos de ellos”, “las palabras que ellos usan no siempre las entiendo, es como cuando hacen una fórmula que uno tiene que ir a una farmacia para que le expliquen a uno porque uno no entiende. Escriben y hablan muy enredado" (relatos de paciente).12
En estudios recientes, la percepción del paciente respecto al médico se comprende porque el paciente confía mas en él por su conocimiento acerca de su enfermedad y tratamiento, que por la relación de diálogo que se pueda establecer entre los dos, es decir, el paciente confía que el médico es aquella persona que posee las aptitudes y competencias para tratar su enfermedad. Confianza que proviene más desde el tratamiento instrumental de la enfermedad que desde el afecto. Seguridad que guarda la esperanza de su recuperación y alivio y no una confianza mediada por un trato que responde al afecto; inclusive, y en términos de Foucault, es la "mirada" que se otorga a partir del conocimiento del otro y no sólo en el conocimiento de los libros.24
La medicina clásica que se transformó en medicina científica trajo consigo notables aciertos de racionalidad y pétreos desaciertos de afectividad. Hoy día que la tecnología agilizó la velocidad y precisión diagnósticas y que contamos con más y mejores opciones terapéuticas, ha surgido un declarado deterioro de la calidad de la atención en salud, que además de las brechas económicas y administrativas para acceder a los posibles beneficios, se han erigido obstáculos dialógicos por parte del personal de salud. Los médicos, parecen estar perdiendo en proporción inversa al incremento del conocimiento y el estrés de su profesión, su afectividad, su sencillez y devoción; hecho que se ve expresado en un lenguaje técnico, frío y distante que algunos reconocen públicamente.25 El médico podrá conocer la enfermedad que padece el paciente y su respectivo tratamiento, pero, ¿qué tanto llega a conocer su aspecto emocional y afectivo?.
Conclusión
El encuentro profesional-paciente es una oportunidad para comprender y trascender. Comprender implica ir más allá de una entrevista. Dadas las circunstancias clínicas, el encuentro nace como interrogatorio, pero se torna significativo cuando se hace diálogo, cuando supera el hecho de preguntar para saber y surge el acto de conversar para conocer. El diálogo convertido en terreno y momento de comprensión permite a ambos escuchar y expresar; de esta forma, el síntoma se despliega y se amplifica, permitiendo que hable lo corpóreo, lo que posibilita al paciente detallar, relacionar y descubrir de sí; y al profesional analizar, explicar y proponer. El diálogo profesional-paciente como acto de comprensión es acto de descubrimiento, interpretación y creación, que permite descifrar y discernir el acertijo de la enfermedad, generando aprendizaje y promoviendo transformaciones. El diálogo que permite vislumbrar opciones hace del encuentro un acto terapéutico.
El diálogo terapéutico cambia el estado de consciencia del sujeto frente a sí mismo; superando la frecuente percepción de víctima que hace del paciente un ser inválido y dependiente, y a su vez, superando la posición de redentor que hace del profesional un ser autoritario y dominante. El diálogo cambia la idea de enfermedad como castigo o desgracia, tornándola en oportunidad para la comprensión de la situación humana; además, trasciende la alienante visión del cuerpo como objeto patológico y lo revela como corporeidad, que reconoce al sujeto como Ser en situación, protagonista y creador de su realidad. A este cambio de consciencia es que podríamos llamar Salud, especialmente por el hecho de ser un proceso de transformación, más que un simple estado. Atendiendo a la maravillosa dinámica y compleja mutación de la vida, la salud vista desde el encuentro profesional-paciente, es un desplazamiento desde el temor de no querer enfermar, hacia la activa certeza de saber trascender, reconociendo la enfermedad como la situación humana que nos demuestra que somos seres inacabados en búsqueda de unidad.

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