Lo corporal
Susana Kesselman: “El pensamiento corporal”, Paidós, Barcelona, 1990
(Síntesis y reelaboración )
En
los últimos años el papel del cuerpo se ha transformado, como la
Cenicienta....Durante décadas subordinado a la plenificación del alma,
se ha convertido en su amo y Señor. Pero nuevamente se comete el error
de separar y subordinar.....El cuerpo es el lugar donde se expresa la
conducta, y aún más es el lugar donde todas las conductas son posibles.
Pero la conducta humana tiene múltiples disfraces y se da
simultáneamente en todas las manifestaciones de la que el ser humano es
capaz, ( concepto de las áreas de la conducta)
El cuerpo adquiere a través de los sentidos, adquiere un potencial de conocimiento, una posibilidad de aprendizaje...
Las sensaciones son el disparador de la conducta en las tres áreas. Si tenemos la capacidad de ser receptivos, estar
presentes, la sensación se integra, no queda aislada, no se refugia
estérilmente como síntoma. Por ej este dolor de espalda de la posición
incorrecta o de tensión, entendido se acepta, se revierte. Si lo niego
se transforma en irritación constante (A1), termina generando una
malformación( A2), o se descarga en malhumor sobre otros ( A3) Quizás
procuraba frenar con la espalda lo que no pude rescatar para expresar en
palabras: “este trabajo no me agrada, ya no puedo más”....
Si el cuerpo solo puede actuar con el síntoma
queda a merced de éste, destinado a u comportamiento
escindido....Responsabilizarse por la sensación, hacerse cargo de ella,
es permitirle una expresión coherente en la conducta. Algo tan obvio
como sentir cansancio y permitirse descansar, necesitar más tiempo y
poderlo pedir en palabras y no entorpeciéndose no siempre es
accesible....
El
miedo a hacerse responsable de la sensación, a no saber qué hacer con
ella escapa, a veces, a nuestra conciencia...Por otro lado el incremento
de la sensibilidad es la apertura al dolor, a la pérdida de control, a
sentirse vulnerable.. Pero es el primer paso imprescindible: no podemos
deshacernos de una tensión o malestar que no sentimos y reconocemos.
“Siento las piernas pesadas”- comenta una embarazada a su amiga. Y la otra, para no ser menos, contesta: yo, me siento fofa e hinchada, y ni siquiera estoy embarazada.
Estas
mujeres, hablan de algo más que sus cuerpos, hablan de su manera de
sentirlo, de su modo de vivirlos. Este vivirse corporalmente está
relacionado con multiplicidad de sensaciones integradas en una
representación simbólica de nuestro Esquema Corporal...
Sensaciones
que provienen de los sentidos más ortodoxos( vista, oído, olfato,
gusto, tacto) como de otros menos conocidos: (sensaciones térmicas, de
tono, dolorosas, viscerales, vinculadas al movimiento, a la presión, al
peso.
También
sensaciones que provienen de otros cuerpos van construyendo esa
representación: la caricia o el rechazo, la mirada, la postura. Así como
vivencias de las vicisitudes de la historia corporal: accidentes,
dolores, etapas de la libido, zonas con estimulación particular, quedan
inscriptas en su Imagen Corporal. Es la representación de la aventura de
nuestro cuerpo.
Cuando
esta representación entra en crisis, por ej. en el fenómeno del miembro
fantasma, en una mastectomía, en la aparición de arrugas y canas, en la
postración forzosa, los cambios puberales, encontramos un cuerpo que
habiendo sido familiar, se hace desconocido, que habiendo sido
manejable, se torna difícil, incomprensible.
Se movilizan entonces, las ansiedades básicas ante toda situación de cambio:
-ansiedad confusional: indiscriminación, no se percibe con claridad, faltan claves
-ansiedad persecutoria: el cuerpo se siente peligroso, se teme lo desconocido
-ansiedad depresiva: tristeza por el cuerpo que fuimos y ya no está.
Pero
el lugar de las pérdidas es también el de la posibilidad de nuevos
encuentros, de respuestas creativas a las crisis. La historia de
nuestras vivencias, el modo de enfrentar nuestras crisis van
constituyendo”la novela corporal”. Es un aspecto de
la novela personal y de la familiar, que refleja la aventura del cuerpo
y su representación. Libro de lectura de los bloqueos, de las
disfunciones, de los síntomas, de las posturas, disritmias e
indiscriminaciones, de las recriminaciones y consejos, de la
indiferencia y de las buenas intenciones. Es la posibilidad de palabra
que tiene el cuerpo
Lo
corporal es residencia en que se alojan los mitos familiares y las
leyendas a cumplir en los destinos de cada sujeto. Desde esta idea, cada
cuerpo encubre y descubre una leyenda corporal destinada a difundir los mitos familiares corporales que suelen quedar testimoniados en fotos, comentarios, predicciones.
“ Cuando era bebé era tan lindo...” ¿Explicará esto la dificultad de crecer?
“Tiene el cuerpo del abuelo: será enorme como él” ¿ Elogio o designio terrible?
“Mirá esta foto, parecías una nena, tan limpito, peinadito” ¿Cómo deben ser los varones?
Podemos
preguntarnos qué mitos familiares arrastramos, realizando espirales
imaginarios en nuestros movimientos. Quizás aparezcan imágenes de
tensiones, distorsiones, mandatos, zonas olvidadas, secretos viscerales,
modos de caminar, dormir, reir, llorar, capacidad para tocar a otros o
dejarnos tocar sin temor, permiso para el placer.....
**************************************************************************************************
Schilder
en sus estudios sobre el cuerpo reconoció distintos conceptos que no
son idénticos pero si mutuamente interrelacionados:
- Esquema corporal: término neuropsicológico, imagen tridimensional del propio cuerpo, gestald de las proyecciones corticales de la sensorialidad
-Imagen corporal:
término que pertenece al registro de lo imaginario, su base es
afectiva, depende de la evolución libidinal y agresiva, de sus
vicisitudes, experiencias, fijaciones. Su función es estabilizadora,
envuelve y delimita aunque está en ajuste permanente. Su plasticidad se
evidencia especialmente en los cambios súbitos como los puberales o
mutilaciones, en las distorsiones hipocondríacas o en la sensación de
extrañeza o fragmentación de estados severos.
- El cuerpo social:
desde una perspectiva antropológica fenomenológica el cuerpo es el
vehículo de “ser- en el mundo”, centro de los cambios relacionales
afectivos entre individuos. Allí el cuerpo propio se muestra, encubre,
expresa, oculta, en un continuo intercambio con los otros. En la
adolescencia actual es evidente la alta presión social normativa, todo
la discusión corporal parece centrarse en diferenciarse del otro
(especialmente del adulto y de los exogrupos) y a la vez buscar un
parecido reasegurador con los otros (miembros del propio grupo) a través
de signos corporales, como vestimenta, peinado, tatuajes, ritmo
corporal, posturas.
A
lo largo de la vida son frecuentes conductas de expresión somática: el
cuerpo en sus distintos sistemas (digestivo, respiratorio, piel, etc.) y
a través de las necesidades fisiológicas (alimentación, eliminación,
sueño) puede manifestar dificultades, encontrar un medio de relación con
los otros ya sean reales o fantasmáticos ((imágenes parentales) o
mantener defensas sobre pulsiones sexuales o agresivas que aún no se
pueden manejar.
El
cuerpo propio también puede ser un objeto transicional, a mitad de
camino entre objetos externos e internos y ser investido de amor como en
el narcisismo secundario o agresivamente como en las autoagresiones,
intentos suicidas, fobias dismórficas.
El diálogo como encuentro. Aproximaciones a la relación profesional de la salud-paciente
Francisco Bohórquez , Luis Jaramillo E Colombia
http://scielo.isciii.es/scielo.php?pid=S1132-12962005000200008&script=sci_arttext
La realidad del otro no está en aquello que él revela,
sino en aquello que no puede revelar;
por ello, si quisieras comprenderlo, escucha,
no lo que él dice, sino lo que él no dice. Kahil Gibran
El
acto profesional de cuidar la salud se ha ido deteriorando en la medida
que la comunicación con el paciente se restringe a encuentros cada vez
más técnicos, distantes y fríos que esquivan el diálogo y privilegian la
“información”. Esto plantea un reto al personal de salud,
particularmente, a las escuelas y facultades de ciencias de la salud.
Hoy más que nunca, en un mundo que sucumbe en el conflicto y la
intolerancia, resurge la necesidad de reconocer la enfermedad, más allá
del mero hecho biológico, como hecho social y cultural; de volver a
valorar el diálogo como estrategia que permite el encuentro, dando
sentido a nuestra existencia y haciéndonos humanos en el acto de
enfermar y de sanar.
Introducción Para
entender la enfermedad es necesario interpretar nuestra corporeidad,
nuestro cuerpo se expresa con sensaciones y las sensaciones con palabras.
La palabra es un medio portentoso, pero resbaladizo, que nos ayuda a
descubrir las sensaciones profundas e intangibles de nuestro cuerpo. Corporeidad va más allá de la idea “soy cuerpo”; Zubirí la plantea como el todo humano que explica la complejidad humana.
En su complejidad el cuerpo existe en siete dimensiones: física,
emocional, mental, trascendente, cultural, mágica e inconsciente;
integrados en estas dimensiones nos hacemos humanos y nos diferenciamos
de las otras criaturas vivientes. Inherente a la palabra está el
escuchar, como sucede al músico, interpretar nos exige antes escuchar. Para cuidar la salud se requiere “escuchar” la corporeidad.
El lenguaje del cuerpo es psicosomático, las palabras con las que
expresamos nuestras sensaciones surgen de experiencias corpóreas y es
imposible expresar sensaciones que no hayan sido hechas conscientes por
el cuerpo.
El
lenguaje, así como el cuerpo, es ambivalente, la palabra se inscribe en
la polaridad de dos o más planos de significado: “la infinitud de
aquello que comprendemos, y la finitud de lo que realmente queremos
decir“. La enfermedad habla por el enfermo; por ejemplo, el enfermo de
los ojos no puede “ver” las cosas claras, la enfermedad coronaria es
además de estrechez arterial, frecuentemente “escasez” afectiva; en fin,
la enfermedad nos desnuda, nos hace ser sinceros de otra forma. El
cuerpo experimenta lo que la persona no ha asumido conscientemente; los
contenidos de la mente generan su contrapartida en un cuerpo que
enferma. La enfermedad es una búsqueda interna de equilibrio y otra
forma de salud.
El
enfermo es verdugo y víctima a la vez. No basta entender las relaciones
funcionales de las enfermedades, éstas de por sí no dicen nada del
enfermo. Puede ser más importante analizar las circunstancias en las que
surge la enfermedad, las ventajas que ella permite, los esfuerzos que
se evitan con ella. Identificadas las falencias que la enfermedad nos
revela, es posible asumir lo que nos falta para reconocer lo que todavía
no somos y necesitamos aprender. La curación es la consecución de la
plenitud y la unidad, el hombre sana cuando encuentra su verdadero ser y
se unifica con él; la enfermedad obliga al ser humano a no abandonar el
camino de la unidad. Por ello, “la enfermedad es un camino de
perfección”.
El lenguaje del cuerpo
A partir del momento en que tomamos conciencia de nuestra corporeidad, empezamos a ser conscientes de su lenguaje.
Las caricias, los mimos, la lactancia, el aseo; el calor que la madre
prodiga al hijo, son las primeras señales corpóreas que despiertan
sensaciones en la nueva vida. Empieza a constituirse una sensación de
bienestar que nos configura y nos da una idea de lo normal. De esta
forma, cuando nos llega la enfermedad, los cambios que se presentan en
el cuerpo, las incomodidades y dolencias que surgen, nos sirven para
reconocer nuestra limitación y finitud: poco a poco aprendemos que
podemos padecer el dolor y que moriremos algún día. Aunque sepamos que
el mundo seguirá existiendo, a pesar de que nuestro cuerpo deje de
hacerlo, éste es nuestro primer mundo, y pareciera que sin él, no
podemos concebir la existencia. La vida es la vida de nuestro cuerpo
físico y nuestra desaparición significaría la desaparición del mundo. La
disolución del mundo es nuestra disolución corpórea; éste es un
problema ontológico: la vida es la vida porque nuestra propia vida la
percibe. Nuestro cuerpo nos comunica con el mundo de la vida, ese
“mundo en el que nos introducimos por el mero vivir nuestra actitud
natural, que no nos es objetivo como tal, sino que representa en cada
caso el suelo previo de toda experiencia”. Su existencia depende de la conciencia que tenemos de él:
aquí estoy, yo soy, existo, el mundo es lo que percibo con mi ser. Para
Gadamer “el hombre está capacitado para elevarse siempre por encima de
su entorno casual, porque su hablar hace hablar al mundo”.
Pero
aunque la vida tome conciencia de sí gracias a los sentidos de nuestro
cuerpo, de poco serviría sin la conciencia del entorno. Después de
superar la fase egocéntrica, el ser humano se socializa. El mundo ya no
es sólo mi cuerpo tangible, va más allá; el mundo es el mundo que
comparto con otros y toma sentido porque hay otros seres, especialmente,
por lo que siento por ellos. De nuevo es un sentimiento el que da
sentido de vida, esta vez, dirigido hacia un cuerpo que siente y aquello
que le rodea. Esta es una sensación que nos pone en contacto con
nuestro cuerpo y nos da sentido vital. El sentido de vida y de muerte
cambia; yo existo siempre y cuando existan otros que piensan en mi,
puedo morir físicamente pero vivir para otros que aún me recuerdan;
entonces: ¿cuándo se muere? ¿dónde empieza la muerte?; podemos estar
muertos en vida cuando no vivimos para nadie, o podemos vivir aún en la
muerte por nuestras acciones realizadas en vida.
La
enfermedad juega un papel importante en esta segunda relación. La
enfermedad y la muerte de nuestros seres queridos nos causan hondos
impactos y nos hacen conscientes de nuestra finitud, pero además, nos
hacen conscientes de la necesidad que tenemos de esos otros. En el
lenguaje de la vida se alberga el lenguaje de los sentimientos, pero la
construcción de esos sentimientos requiere de comunicación y diálogo
consigo mismo, con los otros y con lo otro. El ser humano es un ser
comunicativo que entra en vivencias y experiencias significadas con
otros; lenguaje vivo que implica que el otro esté presente, en el que se
presupone un entendimiento mutuo. “En una comunidad lingüística real no
nos ponemos primero de acuerdo; al estar en diálogo, estamos ya de
acuerdo.”
Cuando
enfermamos surge la necesidad de comunicarnos. Comunicar lo que se
siente es fundamental para la vida. La enfermedad nos hace conscientes
de la necesidad del otro. Aquel niño que llora intensa y
desesperadamente, pero no lo consuelan fácilmente el calor y los mimos
de la madre, tiene un mensaje: la madre sabe que algo anda mal. Cuando
adquirimos la palabra, surge el léxico que expresa nuestras
percepciones: cansancio, malestar, ardor o dolor; comunican síntomas
físicos junto a las expresiones gestuales y los cambios de conducta. Nos
volvemos intérpretes y traductores de nuestro cuerpo con un fin
concreto: buscar alivio. Quien enferma está en situación de necesidad y
dependencia de otros y para lograr ayuda, la comunicación es
fundamental.
Ante
la anormalidad hay primero una comunicación interior. Las señales de
desagradado que nos alteran e impiden atender nuestra vida cotidiana,
dan inicio a un primer diálogo terapéutico: hablamos con nosotros
mismos, ¿qué me pasa?, ¿es esto normal?, ¿por qué me siento mal?, ¿será
lo que comí?, ¿tendré un resfriado? Surge la necesidad de saber y
entender lo que ha cambiado en nuestro cuerpo; recurrimos a nuestras
experiencias y conocimientos, analizamos el comportamiento de los
síntomas, evaluamos los cambios que se tienen con el curso del día y con
nuestras actividades. Pero además, valoramos las posibles
repercusiones: el tiempo que podrá durar el problema, las dificultades
que genera para nuestro trabajo, los costos que podrá tener el
atenderlo, las actividades que tendré que posponer. La enfermedad nos
hace comunicar, pero no de cualquier manera; la enfermedad nos conmina a
dialogar. Dialogamos con el pasado para comprender lo que pueda
significar el presente y ello nos lleva a dialogar con el futuro para
visualizar lo que podría significar su progreso. Enfermar nos expone
ante una situación extrema, enfermar nos coloca es crisis, nos pone en
situación. La enfermedad nos hace impotentes y huérfanos; al estar
enfermos buscamos compañía, consuelo, cuidados y alivio. Inicialmente,
buscamos ayuda con nuestros más próximos, caso de la madre con su hijo
enfermo, quien se torna solícita y orienta sus cuidados; pero el papel
del otro próximo lo representa además de la madre, otros familiares y
amigos que pueden entender nuestro sufrir. Cuando esto no basta, por fin
recurro al médico, con la convicción de entender desde el otro mi
existencia y no sólo mis dolencias. El encuentro con el médico tiene
como meta comprender y superar el síntoma; para ello, se requiere del
diálogo.
Este
debe ser el papel del profesional de la salud. Por ejemplo, en la
enfermería se asume como rol fundamental el cuidado. La enfermera asume
el cuidado del paciente desde muchas dimensiones, en su aseo, con los
medicamentos, en la toma de muestras para el laboratorio, está atenta de
las necesidades fisiológicas del paciente, todo esto, en el ámbito
físico-biológico.10 Sin embargo, el cuidado emocional, no hace parte de
los discursos formales de la salud en cuanto a funciones instrumentales,
sino que es una función silenciosa; inclusive, de relación afectiva en
el reconocimiento del otro que, en términos de Levinas “se trata de
considerar a ese otro como alguien distinto a mí pero que a su vez, se
parece a mí”; permitiendo entonces, desde el cuidado que se ejerce al
paciente, sentimientos que tocan con su intimidad.
Desde
el diálogo, se cruzan afinidades y diferencias, pues ese otro (el
paciente) "también es poseedor de una razón". Aquí el diálogo y la
palabra no son meramente accesorios de comunicación y entendimiento,
sino que son esenciales al encontrarse y ser en la palabra algo en
común, pues en medio del habla, el otro me aprehende y a la vez, yo lo
aprehendo a él. En los cuidados que brinda la enfermera al paciente,
emerge un diálogo terapéutico relacionado con su estancia en el
hospital, con sus deseos de ser visitado, su percepción frente al dolor,
la intimidad de mostrar su desnudez y otras serie de percepciones
relacionadas con su enfermedad. Allí se dan relaciones de afecto y
alianza que suelen ser espontáneas y naturales con la enfermería, aunque
ocasionales y lejanas con el médico.Obviamente, la enfermedad no sólo
necesita afecto, ella debe ser entendida y atendida y por tanto necesita
ser comunicada y analizada. La mejor atención de la enfermedad se da
cuando se logra su comprensión y para que esto sea posible se requiere
comprender otro lenguaje; el lenguaje corpóreo, que es la expresión de
lo que sentimos desde nuestro ser total (cuerpo, pensamiento y emoción).
En tal sentido, quien aspire a comprender el lenguaje del cuerpo, debe
aprender dos idiomas: por un lado las palabras que nacen de las
sensaciones y por el otro las expresiones corpóreas; el conjunto de
estas nos habla de la persona y sus problemas.
Enfermedad: dolor y placer apalabrado
La
enfermedad nos hace sujetos cautivos del lenguaje corpóreo. Fuera de la
enfermedad, tal vez sólo el placer sexual nos hace tan conscientes de
las señales del cuerpo. El ejercicio o el trabajo nos ponen en contacto
con lo que somos, pero no nos hablan tan fuerte como el placer y el
dolor. Placer y dolor son los despertadores de nuestros sentidos;
sabemos con certeza que estamos vivos bajo sus efectos. Al fin y al
cabo, placer y dolor son caras de la misma moneda, sensaciones intensas
que nos hacen conscientes de la vida. Con frecuencia, vivimos parte del
tiempo en nuestro cuerpo sin sentirlo. Buscamos el placer para sentirnos
vivos, pero tan pronto como lo alcanzamos, somos conscientes de su
existencia efímera, de su transitoriedad; el placer es sólo una ilusión
pasajera y limitada, un camino seguro y cierto hacia el dolor de
reconocer que ha transcurrido. Una vez alcanzado el placer,
experimentamos temor de perder lo que nos sacia y a la vez, la
insatisfacción de ver que aquello que nos llena, en realidad nos deja
vacíos; pero esa desilusión es tan pasajera como la ilusión que nos
lleva en su búsqueda y entonces reincidimos Placer y dolor son los
responsables del sentimiento trágico de la vida. “Los humanos sólo se
aman con amor espiritual, cuando han sufrido juntos un mismo dolor...
cuando sufren su gozo, gozando su sufrimiento. El dolor es el camino de
la conciencia y es por él que los seres vivos tienen conciencia de sí...
la conciencia de sí mismo, no es más que la conciencia de su propia
limitación”.
El
lenguaje del cuerpo enfermo es el lenguaje del sufrimiento y del temor
de nuestro ser. Se sufre por el dolor y se teme por la muerte, la
enfermedad de aquellos seres que queremos nos recuerda que ellos son
también pasajeros. Rendir tributo al ser que se va, es rendir tributo a
la vida, dar sepultura es algo más que un acto social o un rito
religioso, reunirse ante el sepulcro del ser querido es un acto de amor y
dolor, es un lenguaje espiritual. El dolor y la muerte de los seres más
queridos, como sucede con los hijos, es la más dolorosa de las
experiencias. Estamos dispuestos a morir primero que los hijos,
biológica y emocionalmente nos preparamos para ello, pero no estamos
dispuestos a verlos morir, son parte de nuestra vida y su muerte se
convierte en nuestra muerte anticipada, en la pérdida de lo más amado,
es la pérdida de lo co-creado, de nuestra obra más trascendente, la
creación de otra vida. Lo que nos ata definitivamente al tiempo y por
tanto a la mortalidad, es nuestro cuerpo.
El
lenguaje del dolor es un lenguaje complejo. El dolor es “una sensación
desagradable y una experiencia emocional que es subjetiva y que se
expresa con palabras relacionadas con situaciones que ha tenido cada
persona desde su infancia” Hablar de lo que se siente no es sencillo.
Las sensaciones del cuerpo varían con el estado de ánimo, la
personalidad, el ambiente educativo y las circunstancias sociales, entre
otros; ello hace que un malestar para una persona sea insoportable y
para otra, insignificante. Las sensaciones corpóreas están sujetas a dos
interpretaciones: las que la mente hace del cuerpo y las que la cultura
hace en el contexto social del padecer. Por ello, el campesino es
normalmente poco quejoso de molestias físicas y hasta puede
enorgullecerse de su capacidad de soportar dolor; mientras que un joven
citadino suele ser susceptible a mínimas molestias, porque su forma de
vida lo hace más frágil. En tal sentido, sufrir puede ser un acto
valeroso o una tragedia creada.
En
sí mismo el dolor es una representación del mundo cultural de las
personas. Las circunstancias ambientales, las emocionales, son factores
de riesgo; la insatisfacción con el trabajo, las relaciones sociales
ingratas, la depresión, el estrés y la ansiedad, facilitan la aparición
de dolor incluso sin un factor físico presente.e Los conflictos
psíquicos pueden presentarse como fenómenos de conversión: la sensación
de llevar muchas responsabilidades puede generar dolor de espalda, una
persona confundida tiene dolor de cabeza.19 En este sentido, el dolor
suele expresarse como metáfora de lo que se siente; cada cultura
desarrolla un lenguaje del dolor que lo define como enfermedad.
Hablar
de las sensaciones del cuerpo es dar nombre a lo innombrable. Cuando
nos embarga el dolor o el placer ¿qué importan las palabras?. Tal vez
ellas cobran sentido cuando miramos de lejos lo vivido y queremos
evocarlo o, cuando buscando superar el dolor, necesitamos ayuda. Por
eso, cuando reflexionamos sobre experiencias placenteras o dolorosas,
nos reconocemos humanos en tales circunstancias y necesitamos darles
nombre, apalabrarlas. Placer y dolor son expresiones de totalidad;
envueltos en el dolor o en el placer somos íntima y eternamente
nosotros, nos sabemos en unidad cuando disfrutamos o sufrimos
intensamente. Ambas situaciones extremas nos acercan a lo sublime de
forma total: gozar o padecer remiten a la ineludible necesidad de
trascender, de cuestionarnos por lo que hay más allá de aquello que nos
pone en condición extrema, nos enfrenta con el espíritu, con la
divinidad. Surge la plenitud o el desasosiego como sensación y pregunta a
la vez; se hace imperativo conocer su sentido. Es por esto, que para
dar alguna explicación y buscar significado necesitamos del lenguaje.
Platón consideraba que lo humano, por naturaleza, son el placer, el
dolor y los deseos. Sin embargo, cuando tratamos de expresar tan
recónditas percepciones son bien difíciles las palabras. “El Tao que
puede ser expresado no es Tao perpetuo, el nombre que puede ser nombrado
no es nombre perpetuo. Sin nombre, es Principio del Cielo y de la
Tierra... su vacío es para el Tao su eficacia. Nunca se colma”.
Tal
vacío tiene un sentido. El vacío existencial nos impulsa a vivir, a ser
trascendencia. A pesar de faltarnos palabras nos sobran deseos después
de cada situación intensa; deseos de vivir o incluso de morir. Nos
levantamos como el ave Fénix de entre las cenizas o por el contrario,
nos vienen profundas depresiones: el desencanto de vivir. Pero
independiente del sentido que nos impulsa ese vacío, hay una energía
intensa y transformadora. Para llegar a percibir la importancia de la
vida es necesario percibir lo profundo de la muerte. Valoramos la vida
estando cerca de la muerte. “Quien tiene algo por qué vivir es capaz de
soportar cualquier cómo”, decía Nietzche y ese cómo, la salvación del
hombre, de una u otra forma está atravesado por el amor.
Relación profesional–paciente
"Yo
les pregunto a los médicos y ellos me contestan que hay cosas que uno
no entiende, porque uno no entiende los términos de ellos”, “las
palabras que ellos usan no siempre las entiendo, es como cuando hacen
una fórmula que uno tiene que ir a una farmacia para que le expliquen a
uno porque uno no entiende. Escriben y hablan muy enredado" (relatos de
paciente).12
En
estudios recientes, la percepción del paciente respecto al médico se
comprende porque el paciente confía mas en él por su conocimiento acerca
de su enfermedad y tratamiento, que por la relación de diálogo que se
pueda establecer entre los dos, es decir, el paciente confía que el
médico es aquella persona que posee las aptitudes y competencias para
tratar su enfermedad. Confianza que proviene más desde el tratamiento
instrumental de la enfermedad que desde el afecto. Seguridad que guarda
la esperanza de su recuperación y alivio y no una confianza mediada por
un trato que responde al afecto; inclusive, y en términos de Foucault,
es la "mirada" que se otorga a partir del conocimiento del otro y no
sólo en el conocimiento de los libros.24
La
medicina clásica que se transformó en medicina científica trajo consigo
notables aciertos de racionalidad y pétreos desaciertos de afectividad.
Hoy día que la tecnología agilizó la velocidad y precisión diagnósticas
y que contamos con más y mejores opciones terapéuticas, ha surgido un
declarado deterioro de la calidad de la atención en salud, que además de
las brechas económicas y administrativas para acceder a los posibles
beneficios, se han erigido obstáculos dialógicos por parte del personal
de salud. Los médicos, parecen estar perdiendo en proporción inversa al
incremento del conocimiento y el estrés de su profesión, su afectividad,
su sencillez y devoción; hecho que se ve expresado en un lenguaje
técnico, frío y distante que algunos reconocen públicamente.25 El médico
podrá conocer la enfermedad que padece el paciente y su respectivo
tratamiento, pero, ¿qué tanto llega a conocer su aspecto emocional y
afectivo?.
Conclusión
El
encuentro profesional-paciente es una oportunidad para comprender y
trascender. Comprender implica ir más allá de una entrevista. Dadas las
circunstancias clínicas, el encuentro nace como interrogatorio, pero se
torna significativo cuando se hace diálogo, cuando supera el hecho de
preguntar para saber y surge el acto de conversar para conocer. El
diálogo convertido en terreno y momento de comprensión permite a ambos
escuchar y expresar; de esta forma, el síntoma se despliega y se
amplifica, permitiendo que hable lo corpóreo, lo que posibilita al
paciente detallar, relacionar y descubrir de sí; y al profesional
analizar, explicar y proponer. El diálogo profesional-paciente como acto
de comprensión es acto de descubrimiento, interpretación y creación,
que permite descifrar y discernir el acertijo de la enfermedad,
generando aprendizaje y promoviendo transformaciones. El diálogo que
permite vislumbrar opciones hace del encuentro un acto terapéutico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario