Complejidades y complicaciones de la comunicación humana
Por Marcelo R. Ceberio
Andamos por la vida
comunicándonos, hasta tal punto que sería imposible pensar la
vida sin ella: frase que leída de manera ingenua, puede parecer virtualmente
simple.
Pero las interacciones
humanas, por el contrario, están pobladas de numerosas trampas comunicacionales que creamos y a las que nos
sometemos. Y no es para menos, la comunicación debe ser entendida como un
fenómeno complejo, donde intervienen una serie de variables que pocas veces son
tomadas en cuenta. Algo tan mínimo como el chasquido de los dedos -o cualquier
actitud análoga-, puede constituirse en el detonante e un efecto dominó, en el
que cada una de las piezas del juego relacional se derrumben de manera
arrolladora. La complejidad comunicacional, entonces, se complica.
Todavía en los umbrales del
siglo XXI, continuamos pensándonos como seres individuales, postergando el
entendimiento de que somos partícipes y cómplices de una gran red social -la
ecología humana- que, a la vez, nos encuentra inmersos en diferentes sistemas:
familia, grupos de trabajo, estudio, clubes, asociaciones, etc. O mejor dicho,
decimos que integramos una sociedad pero esto queda sumido en una formulación
verbal. Nos consideramos personas independientes, sin responsabilizarnos en la
práctica, de la interdependencia que sugiere participar del entramado de la
comunicación social.
Apoyados en el viejo concepto
de identidad, creemos que somos y actuamos de manera idéntica en los diversos
sistemas. Por cierto, esto implica renegar de que realmente somos en la
interacción, y que nuestras conductas influencian a los interlocutores, tal
como los comportamientos de éstos impregnan nuestras respuestas.
Perdemos de vista, entonces,
con quién intento comunicarme. Quien es el otro para mi y quien soy para el
otro, marca una esencia relacional. No nos comunicamos de la misma manera ni
con el mismo estilo, cuando somos padres, cónyuges, empleados o amigos,
simplemente porque el otro posee características, roles y funciones diferentes
dentro del sistema. Cada relación nos invita a participar con algunas de
nuestras múltiples facetas: somos temerosos e inseguros en ciertas
interacciones, mientras que en otras, parecemos maestros dando consejos. Somos
dadores y bondadosos en algunas y envidiosos y destructivos en otras. Pero
entonces, ¿qué hace el otro para que yo reaccione de tal manera?. Resulta
lícito, entonces, preguntarse ¿qué hago yo para que el otro desarrolle estas
actitudes para conmigo?.
Estos cuestionamientos obligan
a pensar las conductas de manera recursiva y circular, cuando en
general, analizamos una situación de manera unidireccional y lineal.
Mirar la paja en el ojo ajeno
es una de nuestra principales virtudes, por así decirlo.
Observamos y hasta criticamos
las acciones de nuestro interlocutor, sin hacer la mínima referencia a nuestra
colaboración en dichas acciones. Preguntamos denodadamente, por qué y por qué,
en el intento de descubrir las intenciones inconscientes individuales de la
persona, sin focalizar el qué o el para qué de las acciones humanas. Preguntas,
que nos remitirían al circuito de comunicación en el que estamos inmersos. Nos
convertimos en expertos en atribuir culpas, entrampándonos en discusiones
bizantinas en un juego sin fin. Es así como se segmenta y polariza la secuencia
de comunicación, en frases elocuentes como:
Vos me hiciste hacer...., La culpa es tuya porque...,
Porque vos... Sos igual a tu viejo, porque eras igual en tu relación
anterior... etc.
Vos, vos y más vos, aseguran
el no involucrarnos en el circuito de acciones recíprocas, parapetándonos como
meros espectadores sin asumir ningún tipo de protagonismo. Cuando en última
instancia, no existen víctimas ni victimarios, todos somos parte del juego
comunicacional al que nos sometemos.
Pero este análisis no queda
varado aquí. Entre otras cosas, el contexto -el dónde, en qué momento y
situación se dice lo que se dice-, también se pierde de vista. El contexto
es una gran matriz de significados, que otorga sentido a las acciones humanas.
Es común que se aísle una frase del discurso y se le pegue duro, utilizándola
como legítima defensa. Cuando tal vez esa estructura sintáctica cobra otro
sentido, cuando se encuentra inmersa dentro de un discurso más global, dicho en
un lugar y momento determinado.
Pero y con ánimo de aumentar
la complejidad- no se trata de lo que digo sino cómo lo digo. Esto
remite a lo que los estudiosos de la comunicación distinguen, entre el
contenido de lo que se intenta transmitir y la forma en que se comunica. Las
entonaciones y cadencia del discurso, revisten de intencionalidad y significado
lo que se emite. Entender esta distinción, es comprender que los seres humanos
nos comunicamos con dos lenguajes: el verbal propiamente dicho y el analógico o
paraverbal. Los gestos, acciones, manerismos, etc., con los que se acompañan
las alocuciones verbales, forman un todo complejo y difícil de diferenciar.
Mientras que el primero es factible de ser conducido, el segundo es espontáneo
y escapa al manejo de la voluntad. En ocasiones, por ejemplo, las afirmaciones
se emiten con una gestualidad y cadencia de pregunta y los elogios como
críticas descalificadoras, o el marcar lo positivo fluye de manera irónica. La
secuencia continúa y se complica, cuando la respuesta del otro se dirige a lo
paraverbal y nosotros -casi desorientados- preguntamos sepultados en la bronca:
¿porqué me contestás así?; desencadenando la base de una discusión en donde
cada uno integra el juego de escalar sobre el otro, en el intento de hacerse
dueño de la verdad y de la razón.
Las puntuaciones
sintácticas que establecemos en la secuencia verbal, también conjuntamente
con la entonación, producen un efecto que desvirtúa la esencia del mensaje. Por
ejemplo: cómo cambiaste mi vida / cómo cambiaste, mi vida / ¿cómo
cambiaste mi vida? / ¡cómo
cambiaste mi vida! /¿cómo cambiaste?, mi vida. Podríamos continuar realizando
múltiples combinaciones de esta frase, que nótese, a propósito en este supuesto
diálogo, la palabra cambiaste de acuerdo a la puntuación, involucra
alternativamente al emisor o al receptor.
Pero en lo verbal, también nos
comunicamos con analogías. Utilizamos lo que da en llamarse lenguaje dígito,
cuando describimos una situación en forma literal. Pero en otras oportunidades,
utilizamos metáforas para comunicarnos. En esta oscilación, entre
metáforas y literalizaciones, deambula nuestro lenguaje verbal, de manera tal
que nuestro interlocutor, deberá entender cuándo implementamos una metáfora, no
vaya a ser que la literalice y mal interprete lo que le intentamos transmitir.
A todo este proceso es
necesario anexarle, el mapa de la realidad que construye cada ser humano.
Códigos familiares, escala de valores, pautas y normas de conducta, sistema de
creencias, llevan a atribuir marcos semánticos a la experiencia de la
comunicación. El discurso y las palabras mismas, están revestidas de
significaciones
particulares que no sólo
impregnan nuestra alocución, sino también la recepción. De aquí emergen los
supuestos.
Los supuestos, no son ni
más ni menos que las categorizaciones con que agrupamos los objetos, sujetos,
situaciones, hechos, etc. Pero cada tipología lleva un sentido implícito. De
allí, que existan actitudes del otro que tengan mayor o menor relevancia, pero
no mayor o menor en sí misma, sino para el sistema de creencias del
interlocutor. El yo supongo, es uno de los bastiones de la confusión
comunicacional y hace blanco más contundentemente en la gestualidad del otro.
Por ejemplo, si una persona frunce su ceño mientras hablamos, suponemos
(aplicamos una categorización inmediata) que está aburrido con nuestra conversación.
Sobre esta base, que se constituye en evidencia clara para nosotros, actuamos.
O sea, reaccionamos emocionalmente y desarrollamos acciones para que al
interlocutor le resulte atractivo lo que le comunicamos. En síntesis, un
repertorio de acciones acordes con nuestro supuesto inicial. Razón por la cual,
es factible que el otro frente a nuestras exacerbaciones de conductas, culmine
aburriéndose realmente, construyendo así la realidad presupuesta.
En la comunicación humana,
este juego da en llamarse profecías que se autocumplen: si supongo algo
sobre el otro, actúo de acuerdo a este imaginario, terminando por confirmar en
la pragmática tal suposición. Pocas son las oportunidades que traducimos
nuestro supuesto en pregunta, o tal vez, una pregunta más abierta que indague
directamente sobre el gesto. Y de esto se trata, de metacomunicar.
Metacomunicar, implica
decodificar correctamente lo que se recepciona o se intenta
transmitir, acrecentando así
la posibilidad de diálogo claro.
En la metacomunicación, se trata
de entender qué construcciones cognitivas posee nuestro interlocutor mediante
lo que intenta traducir en palabras. En el proceso de comunicar, cuando el
interlocutor dice algo, lo que se recepciona pasa por el tamiz de nuestra
estructura conceptual. No escuchamos lo que el otro dice literalmente, sino
lo que construimos de lo que dice (con nuestras atribuciones e
inferencias). Son diferentes, las vías por las cuales construimos algo acerca
de lo que el otro nos trasmite. Las reacciones emocionales, afectos y acciones
que se desarrollan en la interacción, son algunos de los medios que alientan a
realizar una construcción de lo que el otro emite.
Para comprender el mensaje del
otro, es importante conocer su sistema de creencias, su modelo de conocimiento
y el universo de significados que de éste emerge. Esto permite decodificar de
manera clara el mensaje. No obstante, este proceso sucumbe
en tanto y en cuanto estamos
muy implicados emocionalmente. En numerosas oportunidades, deseamos escuchar en
el otro lo que deseamos escuchar, perdiendo lo que el otro intentó transmitir.
En este proceso se dan preeminencia a los deseos y expectativas de respuesta.
No se escucha al interlocutor, sino al fantasma de respuesta ideal que
construimos en el diálogo. Se desarrolla entonces, un dialogo de tres. No son
pocas las veces que en la vida, transitamos colocando terceros ideales de
respuesta, que dan como
resultado la frustración, bronca y angustias, construyendo circuitos caóticos y
autodestructivos.
Tampoco entendemos que los
silencios también comunican. El silencio es una respuesta, a veces ambigua,
pero es una respuesta. Razón por la que es imposible no
comunicarse, tal versa el
primer axioma de la comunicación humana. Sin embargo, decimos: el no se comunica, o se comunica
poco.
En esta misma línea, no se
respeta que el otro pueda tener diferentes perspectivas del mundo que nosotros,
que se traducen en las opiniones. Estamos habituados a decir: estás equivocado,
erigiéndonos con el patrimonio de la verdad. Cada vez que señalamos no tenés
razón, en realidad estamos diciendo vos no pensás como yo.
En
conclusión, no podemos hablar de la
realidad que nos toca vivir, sino la realidad que construimos. Nos pasamos
la vida en la comunicación y de acuerdo a cómo la conduzcamos, es factible
confeccionar realidades catastróficas o de bienestar. Entender que la emisión y
recepción de un mensaje, depende de múltiples variables nos lleva a abandonar
la ingenuidad de entender a la comunicación como un fenómeno simple.
Involucrarnos en el circuito de la comunicación, comprendiendo que nuestras
reacciones influencian las respuestas y que somos influenciados, implica
responsabilizarnos que somos nosotros y nada más que nosotros los que
construimos las pequeñas y grandes realidades de la vida cotidiana
No hay comentarios:
Publicar un comentario